miércoles, 8 de mayo de 2019

1808 (X 8/5/19) Imperiofobia

Acabo de leer un libro, Imperiofobia (y leyenda negra  de Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español), de María Elvira Roca Barea (485 págs., edit. Siruela, 2016, XXI edición enero 2019) que me ha dejado, como a todos los que lo han leído, estupefacto.
       La prima de riesgo(*) en los créditos en euros (págs. 460 y ss.) es una consecuencia más del protestantismo, sic, de Martín Lutero, que es donde se construye la base de nuestra Leyenda Negra. Toma castaña! Ahí queda eso.
    Afirmaciones como ésta, bien documentada si las fuentes son correctas, se complementan con otras como la (des-)calificación de Chomski como traidor a su patria, EE.UU. (pág. 75 y varias más), o de Pérez Reverte como partícipe de las calumnias contra el Imperio español (pág. 291), o de fray Bartolomé de las Casas (págs. 77 y varias más, 310 y ss.) como culpable original de los infundios de que hemos sido objeto desde el siglo XVI, y lo seguimos siendo todavía en el XXI. Como cuando dice que, estando España al mando de la Europa Occidental, fue ella, y no Italia, el motor del Renacimiento europeo, o al menos puso gran parte de la gasolina (pág. 134).
       Las barbaridades que denuncia fray Bartolomé de las Casas, según este libro todas de oídas, “no tienen límite: desde la justificación de sacrificios humanos con el argumento de que es lo mismo que la misa…” (sobre este tema me he pronunciado varias veces, concretamente la última en la entrada 1776 del 6/4/2019) hasta que los calvinistas neerlandeses hicieron de Fray Bartolomé uno de los pilares de la leyenda negra y sus publicaciones en Nueva York sirvieron de munición emocional en la guerra hispanoamericana en 1898. Incluso en la teología de la liberación se expresa la hispanofobia.
    Todo lo cual me resulta difícil de digerir, por más que el libro intente inyectarnos un subidón en nuestra autoestima: hemos hecho las cosas mejor que todos los demás, y todos los demás merecen -ellos, y no nosotros- las calificaciones y descalificaciones escatológicas con las que nos han hecho creer que merecemos ser identificados como cerdos (PIGS), por católicos. Lo que les ha permitido meternos en el mismo saco a todos los países costeros del Mediterráneo. Por otra parte asocia el antisemitismo de la leyenda negra anti-norteamericana a la española (pág. 73), cuando en realidad el rechazo antisemita contra los americanos lo es por el poder que detentan allí los judíos y por la política exterior norteamericana pro-israelí, mientras que en España lo era por la expulsión de los mismos (sefardíes).
     El libro tiene dos objetivos, desenmascarar las mentiras en que se basa el tratamiento que nos han dado con su falsa pero eficaz propaganda desde el siglo XVI, por un lado, y por el otro forzarnos a vernos a nosotros mismos con una nueva mirada totalmente opuesta a la que consiguieron imponernos. Nada que objetar.
       Es propio de los imperios generar fuertes autocríticas en su propio seno, como es el caso de Chomsky en USA o de fray Bartolomé de las Casas en el imperio español, ya que aprovechan los prejuicios anti-imperiales para encumbrarse en una aceptación universal, sin importar que éstos sean consecuencia de un complejo de inferioridad por ocupar un lugar secundario en la arena internacional.
Estamos con Roca Barea cuando escribe: “Una diferencia principal entre patriotismo y nacionalismo es que el primero existe por sí mismo mientras que el segundo necesita un enemigo, y si no lo tiene, lo fabrica. Un enemigo es un aliado inapreciable. El nacionalismo es excluyente y reniega de la diversidad, confundiendo intencionadamente la diferencia de opinión con la traición. Por otra parte, el nacionalismo suele servir de trampolín a un grupo que por medio de él consigue riqueza y engrandecimiento social. El nacionalismo es una epidemia a la que Europa debe la mayor parte de sus desgracias (pág. 227 y en la pág. 262:) La dinámica del nacionalismo es perversa. O gana e impone su criterio, eliminando la disidencia, o pierde y entonces convierte la pérdida en agravio y excusa para la confrontación.”
    Por último, en el debate sobre las diferencias entre la protestante América del Norte y la católica del Sur, entre el éxito de la primera y el fracaso económico de la segunda, máxime si se tienen cuenta que en el Norte eran cazadores-recolectores mientras que en el Sur ya estaban asentados y en civilizaciones avanzadas (azteca y maya), en este asunto el libro divaga sin centrarse en el tema como debiera. Lo que no quita para que cite el contraste entre los millones de mestizos sudamericanos y los nativos aniquilados en los EE.UU. No parece que la autora esté de acuerdo con la idea de que toda religión, y en especial la católica, es un obstáculo para el avance científico (y de todo tipo).
      El libro termina con esta rotunda afirmación: “Las naciones y las religiones que se formaron contra el Imperio español no pueden prescindir de la leyenda negra porque se quedarían sin Historia”.
      Me pregunto si la opinión pública negra de los nórdicos sobre España, si es que sigue vigente, se corresponde con el sentir de sus ciudadanos de a pie. Para mí que con la UE se han acabado los insultos contra los gabachos y los hijos de la Gran… y que  ya nos sentimos miembros de la misma comunidad. O casi.
      El éxito de esta publicación (21 ediciones en dos años) se explica tanto por el tema que trata como por la contundencia con que lo hace. Ojalá esta experiencia se repita en toda Europa previas las traducciones necesarias. Como ensayo científico que pretende ser, merece ser falseado (en sentido popperiano, esto es, comprobado) y complementado con otras publicaciones sobre el tema. Otra cosa será convencer al resto de Europa de que nosotros somos los buenos, magníficos, y ellos los malos, los perversos. Aunque quizás de este modo reforzáramos posturas maniqueas.
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(*) No han sido pocas las veces que hemos arremetido contra Alemania, perdón, contra Jens Weidmann del BUBA alemán, por haberse inventado un euro alemán y no europeo, del que deberíamos habernos librado, como lo demuestra que un crédito en euros pueda ser más caro para España que para Alemania. Pero la prima de riesgo no es más que el resultado del encarecimiento del crédito para atraer el préstamo que de otro modo no llegaría. Partiendo de un tipo 1% (100) para las inversiones financieras más atractivas (Alemania, por decisión de los inversores en el mercado financiero), si el inversor no se anima a tipos inferiores al 3, 4 ó 5%, la prima de riesgo será entonces de 300, 400 ó 500, pero sólo refleja el grado de temor de los prestamistas. Quizás la autora se refiera a que ese temor es consecuencia del menos-precio con que se nos trata, pero aun así el ejemplo que utiliza no parece el más afortunado.

P/S.: Un resumen del libro en 7 páginas puede leerse clicando aquí.


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