miércoles, 20 de abril de 2022

2184 (X 20/4/2022) Ukraína, cuna de nuestros ancestros.

El sábado 20 de abril de 2019, hace hoy ya tres años (joé, cómo pasa el tiempo) escribíamos sobre Ukrania en la entrada 1790 de este blog que nos remitía a entradas anteriores:

“La última ocasión, de las muchas veces, que tratamos de Ucrania fue ayer mismo en la entrada 1789 del 19/4/19, pero antes pueden verse la nº 1613 del 3/6/18 sobre su situación política actual, o la 1091 (21/10/15) sobre Turquía y los orígenes de Europa, o la 1591 del 11/5/2018 sobre nuestras raíces indoeuropeas, la 989 (19/12/14), o la 944 (4/11/14)…

En cuanto al éxodo de ucranianos con motivo de la guerra en el este del país, en Donetsk y Lugansk, donde pasan de 12.000 los muertos y se han debilitado las fronteras, sobre todo tras la invasión rusa de Crimea, la salida masiva del país también se debe a las carencias económicas que lo sitúan como el segundo país más pobre en Europa así como a la vasta corrupción secular que viene sufriendo durante largo tiempo. Sólo entre 2002 y 2017 más de 6 millones de ucranianos se exiliaron del país de forma permanente, a razón de 400.000 emigrantes por cada uno de esos 15 años. Un sexto de estos emigrantes marchan a Europa, especialmente a Polonia, donde ya vive más de un millón. Si queréis leer un texto sobre este tema podéis pulsar aquíOtro gallo les cantaría si se apremiara su adhesión a la UE y su ingreso en la OTAN (recupero la fecha en la que escribí esto: 20/4/2019)”.

Antes, en la entrada 1091 del 21/10/2015, recordábamos que somos indoeuropeos, caucasianos, y con esa etnia nos identifican en los visados de USA. Desde hace más de 3.000 años el Cáucaso era la cuna del trigo (*), la tierra de los arqueros escitas, de cultura patriarcal diurna (Zeus significa Día, luz solar, que nace por el Este, a nuestra diestra mirando al Norte) por contraposición a la cultura maternal nocturna del Mediterráneo (calendario lunar y por las constelaciones, la diosa moraba en el oscuro y siniestro ocaso). Pues bien. si Europa es hija de Grecia, por línea materna, también somos hijos, por línea paterna, de los indoeuropeos que, entre otros valores, nos legaron el patriarcado, el calendario solar, el hierro y el caballo, por sólo citar cuatro hallazgos.

Se conocen sus invasiones masivas de familias enteras en carros de bueyes que llegaron al valle del Indo al sudeste y hasta el Danubio y el Mediterráneo al sudoeste, en los años 4000, 3000, 2000 (aqueos) y 1200 a.d.n.e. (dorios, cuyo máximo exponente en los mitos griegos es Herakles/Hércules). Esta última ola llegó hasta Egipto como “Pueblos del Mar”.

Los años oscuros griegos, 1100/800 adne., se cuentan en la mitología helénica de un modo tan sencillo como éste: la noche de bodas del roble (Zeus indoeuropeo) y la encina (la diosa griega, pelasga, mediterránea) se celebró en Dodona (oráculo al norte de Grecia) y duró 300 años. En efecto, tres siglos duró la fusión de la cultura griega nativa pelasga de naturaleza maternal y calendario lunar (la encina, en el mito) con la indoeuropea patriarcal y solar (el roble), estallando en el 800 adne. como nueva cultura micénica/clásica de la que somos herederos. Tres siglos de incubación silenciosa de los que sabemos poco.

Por último, la indoeuropea es una de las seis grandes familias lingüísticas prístinas y a ella pertenecemos, por lo que compartimos las mismas raíces en filología desde el búlgaro al sánscrito, pasando por las lenguas eslavas, el griego o el latín. Así que ni siquiera la lengua ukraniana resulta lejana de la nuestra, la latina.

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(*) Dos grandes mitos griegos, la Guerra de Troya y El Viaje de Jasón y los Argonautas, tienen su base histórica en la necesidad de trigo que tenía la seca y hambrienta Grecia del 1200 adne.: En la Cólquide del mar Muerto, la mayor productora de cereal, en el Cáucaso, gobernaba el rey Eetes, padre de la maga-sacerdotisa Medea, en cuyo templo se guardaba el vellocino de oro (piel dorada de Zeus/cordero, del color del trigo, cuya posesión aseguraba la lluvia, pues Zeus era el dios de las tormentas), y allá fue Jasón a rescatarlo y devolverlo a la griega Tesalia, de donde había sido sustraído y llevado a la Cólquide del Cáucaso. El paso necesario por el Bósforo para llegar al mar Muerto obligaría a pagar algún peaje al costear Ilión (Troya) y para librarse de ese impuesto las ciudades griegas se aliaron -así lo inventa el mito- en la célebre guerra de Troya, ciudad ésta que realmente cayó por un terremoto.

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