El
día de la entrega de los Oscars me desagradó que relegaran a Roma a un segundo plano para darle el
premio de la mejor película a Paseando a
Daisy 2, perdón, a Green Book. Me
pareció que querían promocionar a protagonistas de color, como lo hicieron en
este caso con Mahershala Ali, porque a Viggo Mortensen, encorsetado, estaba
claro para mí que no se lo podían dar (vide entrada 1733 de 23/2/19) y yo me resistía a la idea de mezclar política con arte, por más buenas que
fueran las intenciones.
Unos días después me reafirmo en mis
sospechas, y me lo confirman otras fuentes autorizadas, de que el premio se lo
dieron a un actor negro para compensar el menos-precio con que todavía se trata
a su raza de color. Y miren ustedes por donde ahora ya no me parece tan mal. Al
fin y al cabo tres Oscars a Roma como
mejor película extranjera (es mexicana), mejor director a Cuarón y mejor
protagonista a Yalitza Aparicio, no está nada mal. Otra cosa es que al
melodrama plano de Green Book
mereciera ese máximo galardón de mejor película absoluta en lugar de, por
ejemplo, Cafarnaún…, o Cold War, pero
esa es otra historia y además estos dos films competían con películas de habla
no inglesa.
Y si
retomo hoy el tema es por haber leído una columna de Sergio del Molino: Arte
contra moral: la batalla de los Oscar, donde dice que en esta gala de los Oscars se
han invertido los papeles tradicionales, la tele representa el arte, y el cine,
la rectitud moral:
“Roma podía ganar cualquier categoría salvo la de
mejor película. Para eso, le faltaba la moraleja…. Se ha criticado a Roma
su lentitud, su esteticismo y su pedantería, pero la crítica más
persistente, sobre todo en México y Latinoamérica, ha sido moral… por la mirada
condescendiente de un señorito a las criadas que agradecen los mendrugos de pan
lanzados por los amos. Y algo de eso puede haber. Al fin y al cabo, es una
historia de inspiración autobiográfica narrada por un señorito que evoca su
relación filial con una criada. Hay un retrato sin enjuiciamiento, y si no hay
condena explícita, muchos espectadores concluyen que hay justificación
implícita de un orden social. Pero eso es exigirle al arte algo que el arte no
está obligado a dar y que, además, lo estropea hasta convertirlo en
panfleto. Roma es arte porque se centra en el retrato y no en
enjuiciar lo retratado. Es decir, Cuarón ha contado lo que le ha dado la gana y
no lo que algunos le exigían que contara. La tele ha sido tradicionalmente el
refugio del moralismo, el maniqueísmo y la simpleza, frente a la libertad del
cine, donde triunfaban la ambigüedad y la sofisticación. En esta gala, esto se
ha invertido: la tele representa el arte, y el cine, la rectitud moral. La
batalla está —como siempre— entre quienes creemos que el cine es solo cine y
quienes creen que es, además, una misa”. Sergio dixit.
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