martes, 19 de marzo de 2019

1759 (M 19/3/19) Apostilla a la entrada 1733 de 23/2/19: “3 films 3”, con la película “Roma”

El día de la entrega de los Oscars me desagradó que relegaran a Roma a un segundo plano para darle el premio de la mejor película a Paseando a Daisy 2, perdón, a Green Book. Me pareció que querían promocionar a protagonistas de color, como lo hicieron en este caso con Mahershala Ali, porque a Viggo Mortensen, encorsetado, estaba claro para mí que no se lo podían dar (vide entrada 1733 de 23/2/19) y yo me resistía a la idea de mezclar política con arte, por más buenas que fueran las intenciones.
      Unos días después me reafirmo en mis sospechas, y me lo confirman otras fuentes autorizadas, de que el premio se lo dieron a un actor negro para compensar el menos-precio con que todavía se trata a su raza de color. Y miren ustedes por donde ahora ya no me parece tan mal. Al fin y al cabo tres Oscars a Roma como mejor película extranjera (es mexicana), mejor director a Cuarón y mejor protagonista a Yalitza Aparicio, no está nada mal. Otra cosa es que al melodrama plano de Green Book mereciera ese máximo galardón de mejor película absoluta en lugar de, por ejemplo, Cafarnaún…, o Cold War,  pero esa es otra historia y además estos dos films competían con películas de habla no inglesa.
     Y si retomo hoy el tema es por haber leído una columna de Sergio del Molino: Arte contra moral: la batalla de los Oscar, donde dice que en esta gala de los Oscars se han invertido los papeles tradicionales, la tele representa el arte, y el cine, la rectitud moral:
Roma podía ganar cualquier categoría salvo la de mejor película. Para eso, le faltaba la moraleja…. Se ha criticado a Roma  su lentitud, su esteticismo y su pedantería, pero la crítica más persistente, sobre todo en México y Latinoamérica, ha sido moral… por la mirada condescendiente de un señorito a las criadas que agradecen los mendrugos de pan lanzados por los amos. Y algo de eso puede haber. Al fin y al cabo, es una historia de inspiración autobiográfica narrada por un señorito que evoca su relación filial con una criada. Hay un retrato sin enjuiciamiento, y si no hay condena explícita, muchos espectadores concluyen que hay justificación implícita de un orden social. Pero eso es exigirle al arte algo que el arte no está obligado a dar y que, además, lo estropea hasta convertirlo en panfleto. Roma es arte porque se centra en el retrato y no en enjuiciar lo retratado. Es decir, Cuarón ha contado lo que le ha dado la gana y no lo que algunos le exigían que contara. La tele ha sido tradicionalmente el refugio del moralismo, el maniqueísmo y la simpleza, frente a la libertad del cine, donde triunfaban la ambigüedad y la sofisticación. En esta gala, esto se ha invertido: la tele representa el arte, y el cine, la rectitud moral. La batalla está —como siempre— entre quienes creemos que el cine es solo cine y quienes creen que es, además, una misa”. Sergio dixit.

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