viernes, 15 de marzo de 2019

1755 (V 15/3/19) La libertad predeterminada

Ya sé, ya sé que el título es una contradicción en sus propios términos pero lo hago para provocar. Y recabar vuestra atención sobre el tema porque es importante.       
      La cuestión es la siguiente: Si el Dios cristiano sabe todo lo que va a ocurrir, el futuro no podrá ser de otra manera, por lo que los humanos no podrán evitarlo. El conocimiento divino de nuestro destino lo pre-determina. El ser humano, por tanto, no es libre, al no poder escapar de su destino.

     Según esto la pretensión de la ciencia de explicar la totalidad de los movimientos de la naturaleza y la conducta de los seres humanos, resulta baldía. A este predeterminismo divino hay que añadirle el económico, el psicoanalítico, el genético, el neurocientífico…, que dejan a nuestra libertad bastante malparada. En este último apartado inciden Skinner, Huxley, Goebbels, Orwell… El honesto conductista Skinner estuvo a punto de demostrar en los años 50 que los humanos podíamos ser programados para ser felices cumpliendo cada uno con el papel social y laboral que nos hubieran asignado desde nuestro nacimiento.
     Si añadimos los algoritmos, ya ni te cuento. Sin embargo, nos tranquiliza Adela Cortina, aunque los algoritmos puedan llegar a “conocernos mejor que nosotros mismos y a manipular nuestras decisiones de forma personalizada, que lo intenten no significa que lo consigan, y ése es el espacio de nuestra libertad”. (trataremos de los algoritmos en la entrada 1766 del próximo 26/3). Y no nos gusta demasiado la idea de que todo esté programado de antemano en los cerebros humanos.
     Es verdad que estamos condicionados por nuestros genes, nuestra cultura, el medio en que nos desarrollamos, los bombardeos publicitaros, y hasta por los fake news, pero de ahí a negar nuestra libertad para actuar y ser nosotros mismos, media un abismo. Sabemos que nuestra libertad no es incondicionada, absoluta, pero condicionar no es lo mismo que predeterminar. Como ya he dicho en alguna otra parte de este blog, si yo puedo optar entre abrir o cerrar el ojo izquierdo, esa mínima libertad puntual es absoluta. Y por eso me quedo con el chiste de Forges, que no consigo encontrar, donde un preso, encadenado de pies y manos a una pared, mueve el dedo gordo del pie derecho mientras le comenta eufórico a su compañero: “mira, mira cómo lo muevo”. Porque, como escribí en la entrada 1644: El Destino, del 23/11/18, la libertad para mover ese dedo gordo es en sí misma infinita por ínfima que sea.

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