Ya sé, ya sé que el título es una contradicción en sus propios
términos pero lo hago para provocar. Y recabar vuestra atención sobre el tema
porque es importante.
La cuestión es la
siguiente: Si el Dios cristiano sabe todo lo que va a ocurrir, el futuro no
podrá ser de otra manera, por lo que los humanos no podrán evitarlo. El
conocimiento divino de nuestro destino lo pre-determina. El ser humano, por
tanto, no es libre, al no poder escapar de su destino.
Según esto la
pretensión de la ciencia de explicar la totalidad de los movimientos de la
naturaleza y la conducta de los seres humanos, resulta baldía. A este
predeterminismo divino hay que añadirle el económico, el psicoanalítico, el
genético, el neurocientífico…, que dejan a nuestra libertad bastante malparada.
En este último apartado inciden Skinner, Huxley, Goebbels, Orwell… El honesto
conductista Skinner estuvo a punto de demostrar en los años 50 que los humanos
podíamos ser programados para ser felices cumpliendo cada uno con el papel
social y laboral que nos hubieran asignado desde nuestro nacimiento.
Si añadimos los
algoritmos, ya ni te cuento. Sin embargo,
nos tranquiliza Adela Cortina, aunque los algoritmos puedan llegar a
“conocernos mejor que nosotros mismos y a manipular nuestras decisiones de
forma personalizada, que lo intenten no significa que lo consigan, y ése es el
espacio de nuestra libertad”. (trataremos de los algoritmos en la entrada 1766 del próximo 26/3). Y no nos gusta demasiado la idea de que todo esté
programado de antemano en los cerebros humanos.
Es verdad que
estamos condicionados por nuestros genes, nuestra cultura, el medio en que nos
desarrollamos, los bombardeos publicitaros, y hasta por los fake news, pero de ahí a negar nuestra
libertad para actuar y ser nosotros mismos, media un abismo. Sabemos que
nuestra libertad no es incondicionada, absoluta, pero condicionar no es lo
mismo que predeterminar. Como ya he dicho en alguna otra parte de este blog, si
yo puedo optar entre abrir o cerrar el ojo izquierdo, esa mínima libertad
puntual es absoluta. Y por eso me quedo con el chiste de Forges, que no consigo
encontrar, donde un preso, encadenado de pies y manos a una pared, mueve el
dedo gordo del pie derecho mientras le comenta eufórico a su compañero: “mira,
mira cómo lo muevo”. Porque, como escribí en la entrada 1644: El Destino, del 23/11/18, la
libertad para mover ese dedo gordo es en sí misma infinita por ínfima que sea.
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