Al niño “bien educado” se le nota rápido la buena educación: obedece, cumple las normas de urbanidad, saluda cuando llega y se despide cuando se va, no grita ni juega con la pelota en la cocina, en resumen, es sumiso y pregunta por la familia a los extraños. Al adulto "bien educado" se le nota quizás más. Porque se asea y viste bien. Y no utiliza tacos, ni sarcasmos, ni siquiera la ironía.
La sociedad (y el sistema, y los mayores y el gobierno) alientan estas conductas y las remuneran con premios, reconocimiento y hasta con palmaditas en los omóplatos. Somos gremiales y necesitamos vitalmente de los demás. De ahí que busquemos ansiosamente el reconocimiento, más si cabe que el propio dinero.
Va a ser verdad que la política es un reflejo
de lo que somos (no en vano los votamos nosotros), escribe
José Luis Sastre: ¿Qué son, si no, lo de “el trabajo dignifica” o “el esfuerzo
siempre tiene recompensa”, si nadie ha demostrado ninguna de las dos cosas?
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