lunes, 22 de mayo de 2023

2338 (L 22/5/2023) La perversa buena educación

Al niño “bien educado” se le nota rápido la buena educación: obedece, cumple las normas de urbanidad, saluda cuando llega y se despide cuando se va, no grita ni juega con la pelota en la cocina, en resumen, es sumiso y pregunta por la familia a los extraños. Al adulto "bien educado" se le nota quizás más. Porque se asea y viste bien. Y no utiliza tacos, ni sarcasmos, ni siquiera la ironía.

La sociedad (y el sistema, y los mayores y el gobierno)  alientan estas conductas y las remuneran con premios, reconocimiento y hasta con palmaditas en los omóplatos. Somos gremiales y necesitamos vitalmente de los demás. De ahí que busquemos ansiosamente el reconocimiento, más si cabe que el propio dinero.

   Sólo tiene un inconveniente (sólo uno?): puede uno llegar a morirse sin haber llegado a conocerse, pues la aceptación de la norma sin espíritu crítico podría haberle impedido pensar nada por su cuenta. Esto implicaría haberse resignado a contentar a los demás sin preguntarse siquiera si está contento consigo mismo, o si ha sido libre en su conducta.
       La naturaleza hace revoltoso al adolescente animándole a poner en tela de juicio todo lo que le imponen y le han enseñado. En ese sentido puede decirse que la verdadera buena educación es la que se consigue poniendo en duda todas las enseñanzas recibidas, pasándolas por el tamiz del raciocinio y de la voluntaria aceptación. En ese caso la llamada buena educación puede que no sea tan buena.


Va a ser verdad que la política es un reflejo de lo que somos (no en vano los votamos nosotros), escribe José Luis Sastre: ¿Qué son, si no, lo de “el trabajo dignifica” o “el esfuerzo siempre tiene recompensa”, si nadie ha demostrado ninguna de las dos cosas?

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