Si el odio que ofrecen los políticos como
espectáculo bajara a la sociedad, hay que imaginar lo que sería, hoy 1 de enero,
una comida de año nuevo con el besugo podrido, el turrón envenenado y los
cuñados dando gritos desaforados con las patas sobre la mesa. La gente no ha
sido contaminada todavía por Caín, pero he visto en un bar de un pueblo de la
España profunda a un campesino que
jugaba al subastado y a veces levantaba los ojos hacia un televisor donde
aparecían unos magistrados del Tribunal Constitucional. Su mirada era de
desprecio, como la de alguien que, sin duda, se creía moralmente superior. (M.Vicent
scripsit:
La
diferencia entre los chorizos de barrio y la mafia judicial es que ésta conoce
las triquiñuelas legales para, en caso de prevaricar, quedar impune. Incluso
inmune.
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