Me sabe mal ver un monumento, católico, por ejemplo,
construido sobre otro de una cultura anterior, colonizada. Pero lo entiendo. Si
unos nuevos valores han de presidir la nueva sociedad, los símbolos de la vieja
cultura tienen que ceder su sitio a los colonizadores. Nada menos extraño,
pues, que una catedral sustituya a una mezquita, en su mismo lugar y aprovechando
sus mismos cimientos, si hace falta. Al igual que la mezquita probablemente se
edificó sobre un templo visigodo y éste sobre otro romano.
Pero me
chirría esta falta de cultura que no soporta los valores de las culturas
colonizadas. Tuvieron su momento, influyeron en lo que somos ahora, y renegar
de su existencia (y mucho peor, destruirla) es negarnos a nosotros mismos como
si rechazáramos la memoria de nuestros antepasados.

Pocas
colonizaciones han sido tan fuertes como la que consolidó el patriarcado indoeuropeo
contra las instituciones y valores maternales de los territorios del Mediterráneo.
El sol y su calendario se impuso racionalmente a la magia de la luna y al
calendario nocturno por las constelaciones, el hierro suplantó al bronce, la
lógica a la magia, el linaje al parentesco comunitario, etc. etc. Todo eso era
necesario, un avance, y estuvo bien. Pero aprovecharse de la prepotencia para
humillar a la cultura (maternal) sojuzgada y arrinconar a su icono secular, la
mujer, en la mazmorra del hogar y su cocina, en un ajuste de cuentas nunca
visto y que perdura más de tres mil años después, eso pueden entenderlo y
justificarlo solamente los que sólo entienden del odio y la ignorancia.
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