jueves, 3 de octubre de 2019

1953 (J 3/10/19) La “intervención previa”


Lo que voy a contar no me lo han contado a mí ni lo he leído en ningún sitio, lo he vivido y lo he visto con mis propios ojos, estos que se comerá la tierra. Ocurrió hace poco más de 30 años. Los políticos se quejaban de que los controles de las intervenciones quitaban agilidad a sus gestiones de gobierno. Y ganaron la batalla: se crearon empresas públicas, externalizando la gestión, cuyos gastos se intervendrían a posteriori, al final del ejercicio. O sea que se cargaron la intervención previa. A partir de ahí, en poco tiempo, el desmadre fue absoluto. ¿Quién evita que se gaste mal lo que ya se ha gastado? Y pagado…
      La intervención previa adolecía de defectos, el peor de los cuales era que más que controlar se trataba de vestir al santo: rechazando un expediente por defectos de forma, o por lo que fuera, se enseñaba al órgano gestor a cumplimentarlo debidamente, lo que daba lugar a cierta picaresca. Pero el temor al rechazo estaba ahí y la función de control, mal que bien, se realizaba. ¿Que eran demasiadas firmas? Para empezar, no tantas, poco más de una docena, y en menos de una semana se firmaban. En cualquier caso, se trataba del control de fondos públicos, y la seguridad debería primar sobre la urgencia caprichosa del político.
El  pretendido conflicto
entre control y agilidad 
Así que ya lo saben, señores gestores y políticos: si quieren de verdad controlar los gastos públicos, eliminen la intervención a posteriori, recuperen la intervención previa, reduzcan al máximo posible las empresas públicas, y a las que deban sobrevivir dótenlas con los interventores necesarios. Pero que no se gaste un euro más sin haberse inspeccionado mediante su intervención previa, gusten o no las firmas que hagan falta, si realmente se quiere controlar el gasto público.

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