miércoles, 2 de octubre de 2019

1952 (X 2/10/19) Mentiras compulsivas


Ha fallecido la semana pasada a los 61 años el filósofo valenciano Miguel Catalán, que escribió sobre la pseudología (la mentira) para la que había previsto una veintena de volúmenes. Lector asiduo de Mann, Proust, Schopenhauer y Nietzsche, su último libro lleva el número diez y se titula La alianza del trono y el altar. El penúltimo, centrado en el uso de la religión como instrumento de dominación, lo tituló La santa mentira. “El universo del engaño es casi infinito y al tiempo, conmovedor. Sea la ilusión del autoengaño, la mentira piadosa o la propaganda política, nunca te deja indiferente”.
      Yo prefiero ver en la mentira dos planos diferentes. Uno, lúdico, fecundo, como lo es la ficción. Pero una ficción consentida por el espectador. Otro perverso, nefasto, manipulador, cuando se engaña para obtener beneficios a costa de perjuicios para los crédulos que le prestaron atención. El mejor ejemplo de este último lo tenemos en el terreno político o el religioso, donde abundan las mentiras compulsivas por haber formado ya parte de su naturaleza.
       Al igual que en el campo penal tenemos el “estado de necesidad” que deja sin castigo una acción necesaria para la supervivencia, como por ejemplo robar unas manzanas para comerlas a falta de otros recursos a mano, así también disculpamos el engaño (las trampas) con las que nuestros ancestros pudieron cazar animales, por ejemplo. Incluso lo admiramos y aplaudimos. Y si se trata del teatro, hasta pagamos por ello.
    Por lo que el tema se nos antoja complejo. Renegamos y condenamos la mentira, por supuesto, sobre todo en los políticos. Pero el mentiroso se autocastiga perdiendo su credibilidad y consiguiente respeto por parte de los demás. Por otra parte, la verdad puede ser cruel, y la mentira, fecunda, y hasta divertida. No es fácil pronunciarse, no.

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