En Octubre habrá elecciones generales en Canadá.
Allá por los años 60 viví un tiempo en Montreal, Canadá, no llegó a dos años. Montreal, donde está la universidad de McGill, es la segunda ciudad francófona, después de París.
Allá por los años 60 viví un tiempo en Montreal, Canadá, no llegó a dos años. Montreal, donde está la universidad de McGill, es la segunda ciudad francófona, después de París.
“Tú eres canadiense, no?” “No. Yo soy húngaro”. “Ah, naciste en Hungría…”
“No, yo nací aquí…” “Quieres decir que tu padre nació en Hungría…” “No, él también
nació aquí…” Y así hasta tres generaciones. Que no les bastaban para sentirse
canadienses. Seguían sintiéndose húngaros, con sus recuerdos húngaros, su
lengua húngara, sus comidas húngaras, su barrio húngaro… Y es que Canadá no se reconocía como país,
de esto ha pasado tiempo, no sé si seguirá igual. Canadá era un invento de
EE.UU/R.U., toast to the Queen, para dar una imagen internacional amable, que acogía a extranjeros y
aportaba voluntarios cascos azules a las fuerzas de paz internacionales de la
ONU. Tanto es así que el Parlamento discutía artificialmente mes tras mes el
color de la bandera canadiense, con la hoja de arce, maple leaf, con el fin de alimentar un sentimiento nacional.
Y es que con un territorio de casi 10 millones de km2, 20 veces España,
más grande que EE.UU o China, sólo tenía 17 millones de h. (hoy supera los 37).
Y toda la población estaba en una estrecha franja horizontal pegada a la frontera
con EE.UU. Un país joven, vacío, que te regalaba el terreno para hacerte tu
casa si te metías 100 km en el interior.
Recuerdo el verano indio en pleno invierno, Indian summer, con un sol resplandeciente sobre un cielo azul, sin
nubes…, y en el suelo 20º bajo cero. Como creías que era verano salías en mangas
de camisa para comprar tabaco y a la vuelta llegabas a casa con la camisa
tiesa, congelada. La gente te avisaba, “tápate esas orejas”, para que no se te
congelaran, porque si te daban un pequeño golpe de nada te quedarías sin ellas
(la verdad es que yo nunca vi a nadie sin alguna oreja). No podías parpadear
porque los ojos se te quedaban rígidos, abiertos. Los niños patinaban en la nieve de las calles. Y como la diferencia de temperatura
en las casas en relación con la calle era de más de 30º, la electricidad
estática hacía saltar chispas ante cualquier contacto con la moqueta o el pomo
de una puerta. Había que llenar la casa de vapor con agua caliente de la ducha
un par de veces al día para evitar la sequedad que podía ser inferior al 10% de humedad relativa. Lo peor era el barro de las calles por el deshielo en los
meses de marzo y abril.
Estos días, en los debates entre los
candidatos de las primarias del
Partido Demócrata de EE UU ha vuelto a citarse a Canadá como referente progresista, un Estado de
bienestar a la europea en el continente del individualismo, un país que da
asistencia sanitaria, protege a las minorías, controla las armas y legaliza la
marihuana. Un lugar que, en vez de levantar muros como otros, anuncia la regularización
de un millón de inmigrantes. En octubre van a las urnas con suspense, e incluso
allí empieza a asomar la marea reaccionaria. En la distópica Norteamérica de El Cuento de la Criada las esclavas
encuentran en Canadá su tierra prometida.
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