
Pocas frases han tenido tanta aceptación universal como la de
“tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”, como instrumentos para
ayudarnos a perdurar.
El árbol se fija a
su terreno, inmóvil, y anida pájaros en sus ramas pero no se va por las ramas ni tiene pájaros en su cabeza que le inciten
a viajar y a conocer otros mundos: con el suyo ya tiene bastante. Porque
arraiga, nos da sombra, frutas, madera para barcos y ataúdes, y nos procura fuego
para alumbrar y cocinar.
En muchas culturas
cuando nace una nueva criatura se planta un árbol delante de la casa para que
lo proteja de por vida. No en vano los árboles cuidan de los pueblos que los
eligen como tótem de la tribu. El dios Pan, padre de los sátiros, rige los
bosques cuyos árboles son habitados por las dríades,
ninfas de los robles (drus), de donde
viene su nombre así como el
de los druidas. Ninfas son las sensaciones que nos produce el contacto con la
naturaleza.
Buscamos nuestras raíces en nuestro árbol
genealógico y calificamos como desarraigados
a quienes se excluyen de los demás.
Los celtas rendían culto a sus 21 árboles sagrados(*) que les servían de
calendario tanto como para la escritura, utilizando sus ramas como letras, tal como lo ilustra y desarrolla Robert Graves en su ensayo La Diosa Blanca.
Los árboles son también símbolos que se concretan como signos de
identidad, como lo hace el roble de Guernika, guardián de los fueros vascos, la
encina de Sobrarbe en el escudo de Aragón, el madroño de Madrid...
El fruto del árbol del paraíso bíblico permitía discernir el bien del
mal. Comiendo sus manzanas Eva aceptaba la moral y asumía su complejo de culpa como precio de su autonomía.
Dice un mito griego que la noche de bodas de Zeus-roble y Hera-encina en
Dodona duró trescientos años. Y es verdad, los dioses indoeuropeos olímpicos
llegaron a Grecia en el 1200 adne. y la fusión con la cultura de la diosa
mediterránea no afloró hasta tres siglos después, 300 noches de las que no
sabemos nada de lo que ocurría en Grecia.
Bueno, qué? os habéis quedado ya desarbolados?
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Los 21 árboles sagrados
celtas son el abeto, olmo, ciprés, álamo, cedro, pino, sauce, limero, roble,
abedul, olivo, avellano, rowan, arce, nogal, álamo, castaño, fresno, hornbeam,
higuera y, marcando los equinoccios y solsticios, el roble (21 de marzo), el
abedul (24 de junio), el olivo (23 de septiembre) y la haya (el 22 de diciembre).
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