Reincidimos en la dicotomía orden/rutinas v. cambios/libertad. Repetimos que las dos son necesarias: la libertad sin orden sería un caos incontrolable y cambios sin rutinas podrían dejar a más de uno desnortao. El cambio progresista es el motor de la evolución pero necesita de un control conservador que impida que se desmadre. El joven que tiene poco que conservar quiere progresar mientras que el adulto ya maduro prefiere conservar lo que ya tiene y ha conseguido con esfuerzo (se supone). Podemos seguir. O empezar:
El nuevo orden, sin
embargo, experimenta cambios frenéticos estructurales, radicales, sin que
desemboquen en conflictos violentos.. Cambios laborales, cambios de pareja, cambios de vivienda,
cambios de país…, empiezan a asumirse como de normalidad.
En cuanto a las guerras, bien sea por el temor planetario a las armas atómicas, bien sea porque el reconocimiento internacional y por la ONU de los 193 países, más el Vaticano, impide, salvo excepciones, invadir a los países vecinos, desde el año 1945, o bien sea por la interdependencia económica y comercial de los países en la actualidad, el caso es que en el año 2000 las guerras locales causaron 800.000 muertos, un 1,5% de los 56 millones de individuos que fallecieron en ese año 2000, pero en ese mismo año los suicidios fueron también 800.000 y por accidentes de tráfico murieron 1.250.000 (un 2,25% de la mortalidad total), todo ello según leo en Sapiens, de animales a dioses, de Yuval Noah Harari. En la actualidad el promedio es de 9 homicidios anuales por cada 100.000 personas en el planeta, y en Europa es de 1 por 100.000. No hace falta abrumarnos con cifras de víctimas de la violencia en los siglos XIX y XX para intuir que, en comparación con aquellos dos siglos, vivimos en una era relativamente pacifista, aunque persistan las tensiones entre Siria e Israel, Irán USA, Etiopía y Eritrea.
Los cambios sociales
con motivo del desarrollo tecnológico son vertiginosos. Si en la era premoderna
(la era de ayer mismo, tan reciente como el año 1945, cuando acabó la guerra y
nació la ONU) las generaciones debían contarse cada 30 años, edad media de los
hijos habidos en las familias nucleares, hoy día se cuentan cada 5 ó 10 años,
pues basta ese corto período de tiempo para que la nueva ola de adolescentes
aparezca con un nuevo lenguaje, un nuevo teléfono móvil, una movilidad espacial
que conlleva también la temporal. El cambio generacional que antes era
biológico ahora lo es cultural.
El orden social anterior
a la revolución tecnológica era duro y rígido. Los cambios tenían que ser
forzados mediante revoluciones (1789, 1848, 1917). Hoy día, sin embargo, el
orden social se halla en un estado de cambios permanentes. Antes mediaba medio
siglo entre ellos mientras que ahora se producen cada año. Si quieres
identificar los rasgos de nuestra sociedad actual tendrás que inspirarte en un
camaleón. El político premoderno defendía la salvaguardia del orden y de los
valores tradicionales mientras que los actuales prometen destruir el viejo
mundo y construir en su lugar uno mejor: cambios por reformas sociales, reformas
económicas, reformas educativas... Y eso, todos y constantemente.
Así como los geólogos conocen que los movimientos tectónicos producen terremotos y erupción de los volcanes, así los cambios sociales drásticos provocan sangrientas explosiones de violencia. Guerras, holocaustos y revoluciones han empedrado la historia desde la Primera Guerra Mundial a la Segunda Guerra Mundial, de ésta a la guerra fría, del genocidio armenio al genocidio judío, y de éste al genocidio ruandés, de Robespierre a Lenin y Hitler.
Así como los geólogos conocen que los movimientos tectónicos producen terremotos y erupción de los volcanes, así los cambios sociales drásticos provocan sangrientas explosiones de violencia. Guerras, holocaustos y revoluciones han empedrado la historia desde la Primera Guerra Mundial a la Segunda Guerra Mundial, de ésta a la guerra fría, del genocidio armenio al genocidio judío, y de éste al genocidio ruandés, de Robespierre a Lenin y Hitler.

En cuanto a las guerras, bien sea por el temor planetario a las armas atómicas, bien sea porque el reconocimiento internacional y por la ONU de los 193 países, más el Vaticano, impide, salvo excepciones, invadir a los países vecinos, desde el año 1945, o bien sea por la interdependencia económica y comercial de los países en la actualidad, el caso es que en el año 2000 las guerras locales causaron 800.000 muertos, un 1,5% de los 56 millones de individuos que fallecieron en ese año 2000, pero en ese mismo año los suicidios fueron también 800.000 y por accidentes de tráfico murieron 1.250.000 (un 2,25% de la mortalidad total), todo ello según leo en Sapiens, de animales a dioses, de Yuval Noah Harari. En la actualidad el promedio es de 9 homicidios anuales por cada 100.000 personas en el planeta, y en Europa es de 1 por 100.000. No hace falta abrumarnos con cifras de víctimas de la violencia en los siglos XIX y XX para intuir que, en comparación con aquellos dos siglos, vivimos en una era relativamente pacifista, aunque persistan las tensiones entre Siria e Israel, Irán USA, Etiopía y Eritrea.

La izquierda política
se supone, y con razón, que promueve la libertad y los cambios con prioridad
sobre el orden, pero esta versatilidad vertiginosa la ha dejado groggy y no acaba
de recomponerse. La justificación de lo voluble, lo efímero, lo nuevo, podría
darse en el hecho de que todo puede cambiar a mejor, por lo que cualquier anhelo conseguido
induce a seguir mejorándolo.
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