Víctor Lapuente nos desvela el secreto del éxito del PNV.
Es difícil encontrar
en las democracias modernas formaciones que, como el PNV, hayan cosechado
tantas victorias electorales y gobernado durante tantos años un mismo
territorio. Algunas que han ejercido una hegemonía apabullante, como la CSU,
socia bávara de la CDU de Merkel, ven ahora cómo su sólido suelo electoral se
resquebraja por la irrupción de los oscuros nibelungos de la ultraderecha. Por
el contrario, nada amenaza el reino del PNV en el País Vasco, que ya sobrevivió
a sus faunos de ultraizquierda.
La poción mágica que
explica la resistencia del PNV no es la ideología. El nacionalismo es un poderoso imán electoral, pero electrocuta. Como
lo hizo con Convergencia en Cataluña.
Tampoco el
liderazgo explica el triunfo de un partido. Un líder carismático es tan
beneficioso a corto plazo —porque atrae a votantes dispares— como perjudicial a
largo —porque impide la formación de estructuras de pesos y contrapesos dentro
del partido—. Y eso es lo que distingue al PNV de otros partidos: la institucionalización de mecanismos de
control al amado líder.
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