No voy a
repetirme en mis diatribas contra las supercherías, en este caso contra la
lotería(*). Lo vengo haciendo a lo largo
de todo el blog en estas fechas desde sus comienzos en el solsticio del verano 2011. (Vide vga.: la entrada 155.3 del 5/12/11.)
Y me lo refuerza Sergio del Molino cuando
escribe que España no es un país tan nefasto, aunque todavía machaque nuestros
oídos el vocinglero sinsentido de ayer con la lotería:
De nada consuela saber que la lotería es un invento borbónico del siglo XVIII (y, por tanto, sin relación con la leyenda negra de los Austrias): el católico y carnavalesco pueblo español la incorporó muy pronto al repertorio de supersticiones, y la tradición no solo aguanta en un siglo, el XXI, que ha visto cómo la ciencia cura algunos cánceres y manda sondas al espacio interestelar, sino que se hace fuerte y hegemónica entre un pandemonio de creencias irracionales, como la homeopatía o la convicción con la que Pablo Iglesias expresa que será presidente del gobierno (por más que estas dos citas se me antojan improcedentes). Por suerte, tan solo dura una mañana. Mañana (por hoy) fingiremos que no ha pasado nada y podremos volver a defender que España no es un país tan nefasto.
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(*) Ya en la entrada 173.2 de fecha 23/12/11 escribí:
Ayer se transfirieron cientos de millones € desde bolsillos de
muchos a las carteras de unos pocos. Supongo que los pobres son más pobres y
los ricos más ricos. Si algunos tienen la suerte de conseguir premios, eso es a
costa de que muchos no lo consigan nunca, o al menos gasten casi todos mucho
más de lo que ingresan por aciertos. La transferencia además es improductiva
pues carece de valor añadido. Para más inri aparece un tercero que se lleva un
porcentaje por la cara (el Estado, que promociona estos disparates para que le
salpique), con lo cual no se reparte todo lo que entra en juego. Por si fuera
poco, la ilusión (de la inmensa mayoría perdedora) se basa en una quimera que
no se va a dar casi nunca. Incluso a los pocos que les toca,
frecuentemente la suerte se les torna en desgracia. La ilusión fervorosa por la
lotería es directamente proporcional a la incultura del que juega. Sigo? hace
falta más todavía? Pero y si toca? Si toca, ésa es la trampa, ése es el
señuelo. (Y los organizadores siguen sueltos. Si pagan sus impuestos...)
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