Cuando a un
amigo filósofo, con quien pensaba formar equipo para investigar temas de
mitología, le dije que, en mi opinión, para nuestros ancestros el calendario
era más importante que el amor, prefirió dejarme solo. El instinto de
reproducción siempre ha estado ahí. Pero el amor tal como lo entendemos hoy es
un hallazgo reciente en nuestra evolución como especie (no más allá del cuarto
milenio adne.) que se reforzó cuando en la década de los 60 del siglo XX la
pastilla dio alas a la mujer para vivir su sexualidad sin el miedo a quedar
embarazada. Mientras que, sin embargo, el calendario nos fue necesario, vital,
desde el comienzo de los tiempos para poder sobrevivir. (Y si no, que se lo pregunten a los mayas)
El calendario fue la primer arma que
utilizamos para dominar a la naturaleza, o al menos defendernos de ella y de
sus terribles zarpazos con terremotos, volcanes, cambios estacionales,
tormentas…, para lo cual desarrollamos instrumentos tales como la previsión, el
augurio, el oráculo, o la magia…, cuyo tratamiento ahora nos desviaría del tema
que estamos comentando.
La medición del tiempo mediante el
calendario fue primero nocturno, con las fases de la luna y el movimiento de
las constelaciones. El número de lunas (fases) nos permitía medir tanto el
tiempo como el espacio: de aquí a tal sitio hay tantas lunas…
Un par de ejemplos reforzará lo que estoy
diciendo. Uno con la Luna; el otro, con las constelaciones.
El calendario lunar de 13 fases del Mediterráneo
mejoró asociándolo al solar indoeuropeo de 360 días (más 5 nefastos). Sobraba
una fase y desde entonces el 13 nefasto está muy mal visto. La asociación de
ambos calendarios se realizó allá por el año 1200 adne. con la llegada de los
dorios a Grecia, mediante la conjunción de 8 años solares con 99 fases lunares,
que es cuando coinciden. Pero 8 años como medida central de calendario es un
período demasiado largo y lo dividieron en dos mitades de cuatro años cada una
(50 fases). Por eso las Olimpiadas era “anuales” (cada cuatro años, vale?). Por
eso la Luna pasó a llamarse Hécate (“Cien”). Por eso Príamo en Troya tenía 50
hijos, Teseo luchó contra 50 guerreros cuando llegó a Atenas, 50 eran las Danaides…,
para indicarnos que lo que se narra en el mito hay que situarlo cuando el
calendario lunar se hizo solar, allá por el 1200 y pico, como en efecto han
confirmado las ruinas de Troya.
Las constelaciones se “mueven” de suerte
que ocupan de nuevo la misma posición que hoy cada 24.000 años (el año platónico,
debido a lo que se llama la “precesión de los equinoccios”), por lo que cada
una de las doce del zodíaco ofrece un marco distinto a cada fase temporal de
nuestra historia. Y así, del 6000 al 4000 nos “gobernó” Géminis, del 4000 al 2000
Tauro, del 2000 al 0 Aries (Cordero/llegada de Xto), del 0 al 2000 Piscis (cristianismo,
nueva etapa, evangelio significa “buenanueva”), del 2000 al 4000 Acuario
(actual)… Siendo así que vivieron “bajo”
Tauro las civilizaciones de Egipto, Mesopotamia y Creta, entendemos que en sus
iconografías Vaca y Luna vayan juntas de la mano, Europa como vaca-luna con su
toro y como luna-vaca después, cuando llega a Creta. Pura astronomía, nada que
ver con la supercherías de la astrología. Es coherente que, bajo Tauro, la vaca
Pasífae, diosa/Luna, reinara en Creta con su consorte el toro Minos. Si la vaca
Europa (Eur: ancha; Opa; cara; cara ancha era la luna llena) emigra de Africa a
Creta, la vaca de Argos, Io, viaja de Grecia a Egipto pasando por Estambul.
Nada es casual. Los mitos nos están situando los hechos en sus tiempos.
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P/S.: Mañana
comentaremos los solsticios como celebración del nacimiento del año solar.
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