miércoles, 5 de diciembre de 2018

1655 (X 5/12/18) El calendario, más importante que el amor

Cuando a un amigo filósofo, con quien pensaba formar equipo para investigar temas de mitología, le dije que, en mi opinión, para nuestros ancestros el calendario era más importante que el amor, prefirió dejarme solo. El instinto de reproducción siempre ha estado ahí. Pero el amor tal como lo entendemos hoy es un hallazgo reciente en nuestra evolución como especie (no más allá del cuarto milenio adne.) que se reforzó cuando en la década de los 60 del siglo XX la pastilla dio alas a la mujer para vivir su sexualidad sin el miedo a quedar embarazada. Mientras que, sin embargo, el calendario nos fue necesario, vital, desde el comienzo de los tiempos para poder sobrevivir. (Y si no, que se lo pregunten a los mayas)
       El calendario fue la primer arma que utilizamos para dominar a la naturaleza, o al menos defendernos de ella y de sus terribles zarpazos con terremotos, volcanes, cambios estacionales, tormentas…, para lo cual desarrollamos instrumentos tales como la previsión, el augurio, el oráculo, o la magia…, cuyo tratamiento ahora nos desviaría del tema que estamos comentando.
     La medición del tiempo mediante el calendario fue primero nocturno, con las fases de la luna y el movimiento de las constelaciones. El número de lunas (fases) nos permitía medir tanto el tiempo como el espacio: de aquí a tal sitio hay tantas lunas…
      Un par de ejemplos reforzará lo que estoy diciendo. Uno con la Luna; el otro, con las constelaciones.
    El calendario lunar de 13 fases del Mediterráneo mejoró asociándolo al solar indoeuropeo de 360 días (más 5 nefastos). Sobraba una fase y desde entonces el 13 nefasto está muy mal visto. La asociación de ambos calendarios se realizó allá por el año 1200 adne. con la llegada de los dorios a Grecia, mediante la conjunción de 8 años solares con 99 fases lunares, que es cuando coinciden. Pero 8 años como medida central de calendario es un período demasiado largo y lo dividieron en dos mitades de cuatro años cada una (50 fases). Por eso las Olimpiadas era “anuales” (cada cuatro años, vale?). Por eso la Luna pasó a llamarse Hécate (“Cien”). Por eso Príamo en Troya tenía 50 hijos, Teseo luchó contra 50 guerreros cuando llegó a Atenas, 50 eran las Danaides…, para indicarnos que lo que se narra en el mito hay que situarlo cuando el calendario lunar se hizo solar, allá por el 1200 y pico, como en efecto han confirmado las ruinas de Troya.

Las constelaciones se “mueven” de suerte que ocupan de nuevo la misma posición que hoy cada 24.000 años (el año platónico, debido a lo que se llama la “precesión de los equinoccios”), por lo que cada una de las doce del zodíaco ofrece un marco distinto a cada fase temporal de nuestra historia. Y así, del 6000 al 4000 nos “gobernó” Géminis, del 4000 al 2000 Tauro, del 2000 al 0 Aries (Cordero/llegada de Xto), del 0 al 2000 Piscis (cristianismo, nueva etapa, evangelio significa “buenanueva”), del 2000 al 4000 Acuario (actual)…  Siendo así que vivieron “bajo” Tauro las civilizaciones de Egipto, Mesopotamia y Creta, entendemos que en sus iconografías Vaca y Luna vayan juntas de la mano, Europa como vaca-luna con su toro y como luna-vaca después, cuando llega a Creta. Pura astronomía, nada que ver con la supercherías de la astrología. Es coherente que, bajo Tauro, la vaca Pasífae, diosa/Luna, reinara en Creta con su consorte el toro Minos. Si la vaca Europa (Eur: ancha; Opa; cara; cara ancha era la luna llena) emigra de Africa a Creta, la vaca de Argos, Io, viaja de Grecia a Egipto pasando por Estambul. Nada es casual. Los mitos nos están situando los hechos en sus tiempos.
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P/S.: Mañana comentaremos los solsticios como celebración del nacimiento del año solar.

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