martes, 4 de diciembre de 2018

1654 (M 4/12/18) La “legalización” de la prostitución

Los males irremediables no se solucionan ignorándolos, i.e.: escondiendo la cabeza debajo del ala. Como ejemplos de tales males inevitables citemos la guerra militar: cuando uno es agresivo contra otros, todos, todos tienen que pertrecharse para defenderse de esa agresividad; o la droga: recuerden la ley seca y el cambio que supuso la “legalización” del alcohol (si el hecho es inevitable, enfréntate a él y regúlalo; es dejándolo fuera de la ley como se provoca su adulteración, incentivo, comercio mafioso, etc.); o la religión, cómo vamos a dejar sin ese último recurso, por indigno que sea, a la masa creyente incapaz de generar sus propios criterios por sí misma?; o, como en el caso que nos ocupa, la prostitución.
     El temor supersticioso a legalizarla (léase regularla) se produce al confundir legalización con bendición. Legalizarla no significa santificarla, sino todo lo contrario: al aceptarla como un hecho inevitable (discutir este punto de partida nos llevaría demasiado lejos en este momento: si lanzo una manzana al aire ésta caerá aunque yo evite mirarla) no hacemos más que aceptarla como un hecho inevitable y con ello, prepararnos para regularla y para su control. Controlar las mafias del sexo, hacer frente a los temas de salud, proteger el presente y el futuro de las víctimas…, ¿cómo puede nadie de buena fe negarse a todo eso?
       Ya sé, ya sé, que quienes se niegan a su “legalización” lo hacen preconizando una sociedad más justa, igualitaria, donde la mujer pierda su condición de objeto…, etc, etc., y todo eso está muy bien. Pero eso sería lo mejor. Y en este caso, como casi siempre, lo mejor es enemigo de lo bueno. Aparte de que ese objetivo digno y maravilloso llevaría su tiempo, generaciones, y mientras tanto, qué, seguimos dejando que las  exploten, las humillen y las vapuleen?

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