Se
escribe mucho, y cada día más, sobre el dolor. Todos están de acuerdo en que es
una alarma, una alerta, que utiliza el cerebro para forzarnos a una cura de
algo que falla en el organismo (en principio, necrosis). Vale que avise, pero
parece que a veces se encasquilla y sigue sonando la alarma a pesar de habernos
alertado debidamente en tiempo y forma.
Si
será tonto el cerebro que podemos engañarle como a un chino. A mí me quita los
dolores de cabeza la aspirina. Fulminantemente. Y como el cerebro sabe de la eficacia
de esa pastilla, le basta con verme sacarla de donde sea para, sin habérmela
tomado todavía, darse por derrotado en toda regla y dejar de molestarme con el
dolor. Si llego a creerme que lo primero que cojo es una aspirina, por
equivocación, aunque no lo sea la eficacia de lo que tome es absoluta. E
inmediata.
En
un mundo como el nuestro donde priva la farmacopea, que mueve miles de millones
a pesar de que el 90% de los fármacos son inocuos y el 100% tiene efectos desconocidos, un poco de psicoterapia no
nos vendría nada mal. La alegría, la ilusión, la compañía, la risa… no sólo son
instrumentos terapéuticos sino que deberían substituir a tanta química que o no
sirve para mucho o, si sirve, es peor, pues inhibe nuestras defensas naturales.
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