1. Quizás, quizás, quizás…
Me refiero a la música celestial de
soluciones retóricas lentas y además imposibles de aplicar. Los tecnócratas no
saben a qué atenerse. Desbarrando en sus predicciones y en la aplicación de sus
medidas económico-políticas, chocan una y otra vez contra todas las paredes
como pollos sin cabeza. A título de
ejemplo, de los 70.000 millones € defraudados al Fisco, que para empezar
rebajan a 50.000, indultan un 90% para recaudar al menos un 10%, 5.000
millones, que ahora rebajan a 2.500. Pues bien, a julio de este año apenas habían conseguido
llegar a los 50,4 millones €. O su previsión de cerrar este ejercicio
presupuestario con un déficit del 4,5% sobre el PIB, cuando en agosto ya lo
habían superado (un 4,7%, y siguen cacareando que cumplirán a fin de año).
Ahora la UE parece
que no está por la labor de ayudarnos con el rescate de los 100.000 millones
aprobados en junio, aceptando las protestas del Bundesbank. Cuando Draghi,
presidente del BCE, se comprometió a comprar deuda pública española e italiana
en el mercado secundario (al menos por 3 meses, lo que sería un primer paso
hacia el eurobono y la mutualización de la deuda con la consiguiente reducción
de la prima de riesgo), tuvo que condicionarlo a que el país receptor de los
fondos cumpliera a rajatabla ciertas condiciones entre las cuales la
prioritaria tendria que ser la del déficit. Dado que nadie cree que España pueda cumplirlo, en
caso de acudir a esta ayuda al final del ejercicio el BCE tendría que echar
marcha atrás lo que nos dejaría con el culo al aire, una vez más, y ya son
demasiadas. Así que ayudas, sí, mas…, ah! las verás pero no las catarás.
2. La casta mantenida
Así llama Joseph Ramoneda a la “elite
extractiva” de César Molinas (vide
entrada 451.3 del 21/9) o al menos a la clase política que forma parte de las
elites extractivas. Ya sabéis, ese 10% que no crea riqueza sino que se
enriquece a costa de expoliar al 90% que gana menos.
El autoritarismo galopante que nos agobia más cada día, se cubre con la
opaca ley de transparencia y la restricción paulatina de derechos que seguimos
disfrutando “teóricamente” para cubrir las apariencias demócratas ante nuestros
socios europeos. No se puede seguir demorando la renovación institucional (de
los partidos, de la Ley
electoral…) que los políticos siempre rechazarán, por lo que las protestas en
la calle tienen que continuar hasta conseguir expresarse como un clamor popular
que impida a estos chorizos que sigan gobernándonos. La inmunidad, y
consiguiente impunidad, no enaltece sino que degrada a los políticos. La clase
política tiene que estar vigilada continuamente por los votantes, debe tener un
plazo limitado irreeleigble para evitar que sean como ahora sinecuras
vitalicias, tiene que utilizar el Parlamento como foro de debate político y
revitalizar las Comisiones, debe dar libertad al diputado para expresarse y no
solamente para obedecer al aparato de su partido, porque “donde no hay
políticos libres sólo hay una casta mantenida”.
Si citamos textualmente a Ramoneda es
porque confirma, y reafirma, lo que llevamos diciendo hace meses en este blog,
y porque hacerlo con textos ajenos reconforta.
3. El PP siente vergüenza de sí mismo
Por eso Feijóo elimina su logotipo en la
campaña electoral gallega y evita la presencia de Rajoy, no sea que el
electorado se percate de que votándole a él está votando al partido del
Gobierno. Y es natural que este partido político sádico (que goza con la
desgracia ajena) inspire rechazo incluso a sus seguidores, ya que premian a los
crueles policías que arremeten indiscriminadamente con cualquiera que se les
pone por delante, incluso a más de un kilómetro del lugar donde realizan la
represión; hablan de penalizar las críticas a las instituciones así como al
ejercicio del derecho de manifestación, al cual quieren alejar del centro
urbano para que no les llegue el clamor de la ciudadanía; pone el servicio de
inteligencia a investigar filtraciones a la prensa extranjera; llevan a cabo
una política de ocultación y ninguneo del Parlamento; practican el discurso
del miedo y la humillación de los perdedores, y, aplicando una cultura de
casta, fomentan la desigualdad económica y social y el nepotismo clientelar en
una clara deriva hacia el autoritarismo.
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