1. Mayorías silenciosas
Contra las “minorías” que se manifiestan
en las calles Rajoy arremete evocando como soporte de su gestión a esa mayoría
silenciosa, los 47 millones que se quedan en casa, “trabajando” en lugar de
perder el tiempo protestando. 47 millones contra unas pocas decenas de miles,
las que sean, gana por goleada. Aplicando la misma fórmula polinómica de
ingeniería financiera electoral, contra los 10 millones que le votaron en las
urnas, el resto, o sea 37 millones, no le querrían para gobernar. El añadido de
quedarse “trabajando” es insultante cuando cinco millones están en el paro,
millones cuidan de su familia, ancianos y enfermos, y muchos se quedan en casa
por temor a las escopetas con balas de goma que la policía se encarga de
airear, consiguiendo amedrentar al personal.
2. Reprimiendo los derechos legalizan la
violencia
Se permiten demasiadas manifestaciones, se
queja la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, esposa en ejercicio del sr. Aznar:
fueron 1.380 en 2011, y 2.200 en lo que va del año 2012, no sé si incluye la
protesta del ama de casa cuando huele mal el boquerón en el mercado, pero no
creemos que cuenten las protestas de jugadores a los árbitros por acaecer en
recintos cerrados. A lo que Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en
Madrid, apostilla: “habrá que modular la ley para racionalizar el uso del
espacio público”. Recortar el derecho de manifestación, no! qué va, sólo habrá
que “modularlo”. Modular es el nuevo
eufemismo de arrinconar el evento en
algún lugar apartado, periférico, descampado, donde no lleguen los gritos ni
los medios de comunicación. Ya denunció Mayor Oreja que las últimas
manifestaciones se hayan retransmitido por televisión (la que aún no han
sojuzgado, la Sexta).
No se percatan de que las leyes no crean los derechos fundamentales sino que se
limitan a reconocerlos. El gobierno no quiere prohibir el derecho de
manifestación, quiere algo peor: ocultar cualquier atisbo de crítica. Todo con
tal de evitar que se manifiesten en las calles “para reclamar lo que no
consiguieron en las urnas”, protegiendo así el derecho mayoritario de los
ciudadanos a disfrutar de una ciudad habitable y sin problemas de tráfico o
disturbios. Y si nos empeñamos en manifestarnos, entonces nos van a correr a
gorrazo limpio. Para amedrentarnos.
3. Al amedrentamiento por la
represión
Es
propio de toda dictadura reprimir mediante el miedo. Sembrando el miedo se
cosecha sumisión, resignación y docilidad. Reprimiendo los derechos,
reprimiendo las conciencias, reprimiendo su expresión. Y amedrentando.
Persiguiendo a los organizadores del evento como si fueran promotores de
delitos. Aporreando a minusválidos y débiles para que nos vayamos enterando de
hasta dónde están dispuestos a llegar. Sacudiendo garrotazos al primero que se
encuentren por el mero hecho de estar o pasar por allí las otros dos una de
manifestantes y otra de la. O sea, amedrentando. Pero ni los derechos nacieron
del miedo ni se defienden en el silencio.
Tras
la dictadura franquista, la policía se integró en la sociedad civil como un
servicio público que nos protegía, pero ahora han vuelto a las andadas
“actuando, en palabras de J.L.López de Guereño, como instrumento del régimen
político imperante, reprimiendo brutalmente el derecho de manifestación, golpeando
indiscriminadamente a las personas, arrastrando a quienes nada hacían o estaban
en el suelo, golpeando salvajemente a los que se refugiaban agolpados en
rincones contra una pared, o a los que deambulaban por los andenes de la
estación ferroviaria de Atocha”, que se encuentra a 1,3 km del Congreso. Hace
falta poca, o ninguna, convicción democrática, y mucha política del terror,
para denunciar al dueño del bar Prado por escándalo público o investigar las
cuentas de quienes pagaron los autobuses que llegaban a Madrid desde las
provincias, lo que al final ha sido rechazado por el juez por falta de
consistencia. Pero el caso es amedrentar. O incentivar las denuncias entre los
ciudadanos (el siguiente paso podría llegar a ser entre familiares). O
infiltrar policías (violentos) en las manifestaciones pacíficas para
reventarlas desde dentro y provocar la (ahora ya “justificada!”) violencia
policial. O mentir continua y descaradamente sin un mínimo de pudor. No son
todos éstos signos propios de una dictadura?
Pero lo que realmente ha cambiado
es el talante democrático de las autoridades superiores que actualmente se
muestra represor y autoritario, esto es, el ministerio del Interior que es el
verdadero causante y culpable del desastre de Atocha el 25-S. Y encima les
condecoran. O sea, que los consideran un ejemplo a seguir.
P/D: El ministro Wert que eliminó la asignatura de Educación
para la Ciudadanía
quita ahora Economía como asignatura obligatoria. Lo pillan? No conviene que las
masas accedan a conocimientos iniciáticos que luego no sabemos qué podrán hacer
con ellos. (Otra paranoia propia de las dictaduras)
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