Caparrós husmea la palabra “odio” y acaba concluyendo que Trump y Milei (y la ultraderecha europea, añado yo) en la última década han enriquecido su práctica añadiéndole el descaro descarado, pasa contigo, tío? Porque han descubierto que hablar con odio (mejor con insultos a gritos) es un gran negocio y renta, sobre todo en el campo político. Y es que la aversión o el rencor pueden ser pasivos, mientras que el odio actúa y ataca en consecuencia.
Hay odios personales que no trascienden a la colectividad y colectivos
que requieren jefes déspotas para enardecer a sus seguidores. Cuando un grupo
carece de algo en común nada lo acopla tanto como inventarse un odio compartido.
La India lo ha practicado a menudo provocando guerras fronterizas, inventándose
enemigos entre sus vecinos para forzar la cohesión entre sus propios nacionales.
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