La
de cosas que se pueden hacer metida en un kiosco de 4 m2.
-Menos de vientre.
-Y si te entra un apretón…
-Pues me aguanto. No voy a dejar esto
solo.
Manuela
Rodríguez Vázquez se metió en el kiosco de la calle Betis, junto a La Primera
del Puente, un día de 1952, y allí sigue. En un cajón de dos metros por dos (pero
sólo un metro cuadrado útil, el resto lo ocupan las chucherías) caben ella
(doblada, pero entera), juguetes, tabaco, la tele! … y el dinero. Con el tiempo
se aprende a moverse sin moverse. Solo le falta poder torcer el cuello como los mochuelos,
o al menos como los gatos. Porque, como los búhos, hablar no hablará pero se
fija… Y, como los gatos, hay
que saber estarse quietos mucho rato.
“De tres a tres, doce horas. A veces,
hasta dieciséis. Ayer, hasta las cinco y media. Y esta mañana, a las nueve, a
hacer compras que m’había quedao sin ná”. Hoy es su cumple, 56, felicidades,
Manuela. En 1952 se casó en Paterna del Campo y tuvo tres hijos. Enviudó hace
doce años. Y hasta hace tres no conoció las vacaciones.
La licencia del kiosco, que data del
46, le costaba 300 pts. al trimestre en el 64 y hoy es de 30.000 pts. al año.
-Pero aún así hoy se vive mejor con
el kiosco, se vende más.
Tiene más de cien artículos
inventariados y se conoce de memoria los precios de todos. Reconoce a todos sus
clientes desde lejos por su forma de andar…
-… a todos, no! A veces me equivoco…
…y les avisa, cuando aparcan, si
está cerca el de las multas, y si hay carteristas por la zona, aunque luego por
venganza le rompan de madrugada los cristales.
Todavía se venden cigarrillos sueltos.
Los cromos, no, ya no se venden ná. Una vez la atracaron, “dos cajetillas de
Winston” y como no las tenía pues dos de Fortuna y hala, arreando que se fue,
corriendo, el rata pero con Manuela detrás. En menos de 100 ms. le alcanzó, en
la otra acera, lo tumbó de un tortazo y lo retuvo hasta que llegó la policía.
Resultó ser una muchacha. Que no soltaba las cajetillas que hubo que tirar de
lo espachurrás que estaban.
La Velá le gusta mucho. La ve desde
dentro del kiosco. Y al Rocío le gustaría caminar, pero quién deja el kiosco
vacío?
“Te gustaba Franco?”. “Me dejaba
vivir”. “Y los socialistas?” “Para mí son iguales. Me dejan vivir”. Manuela
dice que no ve lo que pasa alrededor: “sólo cuando pasa algo”. “A mí me conoce
más gente de la que conozco yo.” “Cuántos clientes fijos, más o menos, tienes? cincuenta?”.
“Más”.
Los niños son los mejores clientes.
Si alguno no tiene dinero, no se va de vacío. Manuela sonríe. Y la gente la
quiere. Y ya está.
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