"Si pierdo las elecciones
habrá sangre por las calles"
Donald Trump es
como una de esas criaturas monstruosas de las películas baratas de ciencia
ficción y de terror de los años cincuenta, que emergen amenazadoramente de no
se sabe dónde y parece que van a apoderarse del mundo o a destruirlo, y cuantos
más disparos reciben, más ataques, más descargas químicas letales, se vuelven
más fuertes todavía, crecen más rápido, se yerguen sobre los héroes y los científicos
que al intentar controlarlas no han hecho otra cosa que alimentar su poder. El Godzilla gigante que arrasaba ciudades japonesas de
evidente cartón piedra derribaba a manotazos como si fueran moscas los aviones de
caza lanzados contra él, y además carecía de la vulnerabilidad sentimental del pobre gorila enamorado King Kong.
A Donald Trump no habría podido
inventarlo nadie. Y como los monstruos imaginados por los especialistas en
maquillajes y efectos especiales, Trump posee la facultad de ser inmune a las
armas y a las estrategias cada vez más agresivas que se lanzan contra él,
aunque de tarde en tarde nos conceda el respiro engañoso, tan frecuente en el
cine, de que parezca que por fin ha sido derrotado, que ha recibido más
impactos de los que ningún organismo vivo podría soportar, que yace aniquilado
en su tumba, en el ataúd que ninguna garra de vampiro podrá horadar, o bajo los
hielos del ártico, o en el fondo del mar.
El respiro era falso. El sosiego de
lo que parecía la última escena risueña y trivial de la película se quiebra con
un golpe de efecto que desata una exclamación de miedo en la sala de cine. El
cuerpo caído se levanta, tambaleante y todavía más feroz. El dinosaurio
radioactivo se mueve de nuevo bajo las ruinas que parecían haberlo sepultado
para siempre. Trump pierde las elecciones en 2020 y la derrota se convierte en victoria
robada para sus fieles. Trump alienta nada menos que el asalto al Capitolio y hasta sus
partidarios más cercanos temen que esta vez ha ido demasiado lejos y perdido el
crédito que le quedaba, pero el apoyo impúdico a esa sublevación lo vuelve
todavía más popular. Trump es juzgado por estafa, por fraude electoral, por abuso sexual, por
delitos fiscales, y cada uno de esos episodios convence a millones
de creyentes evangélicos de que es una víctima de la persecución de los
poderosos y de los impíos, y lo comparan a Jesucristo azotado e inocente en el
tribunal de Poncio Pilatos.
Nunca el terror se
mezcló tanto con lo grotesco. Las pesadillas de la realidad han vuelto
irrelevantes las peores fantasías del cine. En su nueva metamorfosis, en su inaudita
reencarnación, la criatura amenazante que vuelve resulta ser el Mesías.
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