No
sería fácil elegir por sorteo mandatarios tan incultos y cínicos como algunos
que hemos padecido.
La democracia necesita con urgencia
renovarse, y sólo puede hacerlo de una forma: con más democracia. Es lo que
propone la lotocracia, un tipo de democracia que defiende la elección
por sorteo de nuestros representantes políticos; no es una panacea, pero, como
escribí hace poco en esta columna, gestionada de manera inteligente, cautelosa
y progresiva, puede contribuir a una regeneración política permanente y
convertirse en un antídoto contra el enloquecimiento provocado por el poder, en
un acicate para que todos nos responsabilicemos de lo que es de todos y, tal
vez, en la única esperanza verosímil de que la ensuciada palabra democracia
recupere su limpio significado primigenio: poder del pueblo.
“¿Entonces vamos a elegir por sorteo
a nuestro presidente del Gobierno?”, se burlarán de inmediato los políticos
profesionales, aterrados ante la perspectiva de quedarse sin empleo; la
pregunta recuerda otras que se formulaban hace siglo o siglo y medio: “¿Entonces
vamos a permitir que el voto de un catedrático cuente lo mismo que el de un
obrero?”; o mejor: “¿Entonces vamos a permitir que voten también las mujeres?”.
El tema parece naif o de ciencia
ficción. Pero reconozcamos que no sería fácil elegir por sorteo mandatarios tan
zoquetes, incultos y cínicos como algunos que hemos padecido.
(Me
apunto. No tanto por creer que sea viable cuanto por el hecho de que el mero
ensayo -o intento, publicitado-, aunque fuera como simple parodia, pondría a
los políticos en su sitio)
Albert Boadella ataca de nuevo, con “El Rey que fue”, la nueva obra de Els Joglars, que se
representa en el teatro Infanta Isabel de Madrid: “Si Shakespeare hubiera
vivido en nuestra época, antes que Hamlet o Macbeth habría escrito un texto
sobre Juan Carlos I. La vida del emérito es absolutamente shakespeariana, una
gran tragedia clásica: la de El Rey Lear. Un niño, separado de sus padres y
bajo la tutela de un dictador, que mata a su hermano. Que siempre está en el
medio, entre el dictador y su padre, como si fuera una pelota en el juego del
pimpón. Un hombre que durante 17 meses tiene el poder absoluto, como el
mismísimo Luis XIV de Francia, antes de entregarlo a la democracia. El golpe
militar, sus jolgorios económicos y sexuales. Y finalmente, el exilio, como
Isabel II o Alfonso XIII. Que no me digan que esta no es una historia con todos
los elementos de una tragedia de Shakespeare”.
Sospecho que ésta debió ser
la idea original, que sin duda habría valido la pena profundizar, a saber: aplicar a
nuestro rey Emérito la tragedia de EL REY LEAR que abdicó en sus hijas las
cuales se rebelaron luego contra él incluso para matarle. Pero no se quedaron
en ese tema sino que añadieron toda la biografía del rey Juan Carlos que, dada su grosería, ha dado un resultado disperso y chabacano.
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