jueves, 21 de marzo de 2024

2480 (J 21/3/2024) La lotocracia para reformar la democracia. Y Albert Boadella

         No sería fácil elegir por sorteo mandatarios tan incultos y cínicos como algunos que hemos padecido.

      La democracia necesita con urgencia renovarse, y sólo puede hacerlo de una forma: con más democracia. Es lo que propone la lotocracia, un tipo de democracia que defiende la elección por sorteo de nuestros representantes políticos; no es una panacea, pero, como escribí hace poco en esta columna, gestionada de manera inteligente, cautelosa y progresiva, puede contribuir a una regeneración política permanente y convertirse en un antídoto contra el enloquecimiento provocado por el poder, en un acicate para que todos nos responsabilicemos de lo que es de todos y, tal vez, en la única esperanza verosímil de que la ensuciada palabra democracia recupere su limpio significado primigenio: poder del pueblo.
        “¿Entonces vamos a elegir por sorteo a nuestro presidente del Gobierno?”, se burlarán de inmediato los políticos profesionales, aterrados ante la perspectiva de quedarse sin empleo; la pregunta recuerda otras que se formulaban hace siglo o siglo y medio: “¿Entonces vamos a permitir que el voto de un catedrático cuente lo mismo que el de un obrero?”; o mejor: “¿Entonces vamos a permitir que voten también las mujeres?”.
         El tema parece naif o de ciencia ficción. Pero reconozcamos que no sería fácil elegir por sorteo mandatarios tan zoquetes, incultos y cínicos como algunos que hemos padecido.
          (Me apunto. No tanto por creer que sea viable cuanto por el hecho de que el mero ensayo -o intento, publicitado-, aunque fuera como simple parodia, pondría a los políticos en su sitio)

Albert Boadella ataca de nuevo, con “El Rey que fue”, la nueva obra de Els Joglars, que se representa en el teatro Infanta Isabel de Madrid: “Si Shakespeare hubiera vivido en nuestra época, antes que Hamlet o Macbeth habría escrito un texto sobre Juan Carlos I. La vida del emérito es absolutamente shakespeariana, una gran tragedia clásica: la de El Rey Lear. Un niño, separado de sus padres y bajo la tutela de un dictador, que mata a su hermano. Que siempre está en el medio, entre el dictador y su padre, como si fuera una pelota en el juego del pimpón. Un hombre que durante 17 meses tiene el poder absoluto, como el mismísimo Luis XIV de Francia, antes de entregarlo a la democracia. El golpe militar, sus jolgorios económicos y sexuales. Y finalmente, el exilio, como Isabel II o Alfonso XIII. Que no me digan que esta no es una historia con todos los elementos de una tragedia de Shakespeare”.

          Sospecho que ésta debió ser la idea original, que sin duda habría valido la pena profundizar, a saber: aplicar a nuestro rey Emérito la tragedia de EL REY LEAR que abdicó en sus hijas las cuales se rebelaron luego contra él incluso para matarle. Pero no se quedaron en ese tema sino que añadieron toda la biografía del rey Juan Carlos que, dada su grosería, ha dado un resultado disperso y chabacano.

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