jueves, 10 de octubre de 2019

1960 (J 10/10/19) La expectativa, como la esperanza, arma de doble filo

Con fecha 30/1/19 escribí en la entrada 1710: Pigmalión-Galatea/Praxíteles-Afrodita:
     "El escultor de Chipre Pigmalión se enamoró de su obra, tanto que le pidió a la diosa Afrodita que le infundiera vida a la escultura de Galatea que acababa de esculpir para poder abrazarla, ¿os imagináis a Praxíteles pidiendo a la misma Afrodita que se encarnara en su propia estatua?”... escribí entonces, y ahora me reitero. “Pigmalión no pedía nada extraño, sino tan sólo que sus convicciones (en este caso wishful thinking) pudieran materializarse en la realidad. ¿No le gritó "habla!" Miguel Angel a su escultura de mármol, Moisés, mientras le daba un martillazo en la rodilla?”
Afrodita de Cnido, de Praxíteles
Es más: “Praxíteles deseó con arrebato a su Afrodita de Cnido. Y si la deseó, la poseyó”, me atreví a concluir yo. Pues la presencia del sátiro nos avisa de que se trata de una escena de sexo, puro y duro, por más que Cupido quiera entrometerse entre los dos. La modestia de la diosa es falsa, mera coquetería.
     Irene Vallejo, en su columna del lunes 30/9/19 en El Heraldo de Aragón: Una palabra tuya, recupera esta historia para añadir: “Lo que decimos (o esculpimos, o esperamos de los demás…, añado yo) a otras personas modela su actitud. El psicólogo David McClelland llevó a cabo un curioso experimento escolar: realizó pruebas de inteligencia a chicos de entre siete y diez años. Después comunicó a los profesores los nombres de los alumnos más brillantes. En realidad los había elegido al azar, pero al acabar el curso resultó que precisamente esos estudiantes consiguieron los mejores resultados. Las expectativas y la confianza de sus educadores, aunque sin base real, fueron decisivas”.
      Lo que me lleva a cierta reflexión. Fulfill your expectations, cumplir con tus expectativas, dicen en inglés. La expectativa, como la esperanza, es una herramienta eficaz pero de doble filo. Cuando se espera mucho de alguien, normalmente decepciona, pues no sólo le ponemos un listón (siempre demasiado alto) sino que la presión le agobiará y mermará sus facultades. Ocurre como con la esperanza, que si bien se predica como virtud y agarradero in extremis como la tabla de salvación para los náufragos, también puede aletargar al desgraciado que, con ella, se conforma a “su destino”.

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