Ruben Amón en su columna Una cuestión personal nos avisa de que se ha precipitado una inestabilidad cuyas fronteras se resienten bastante más de las discrepancias personales que de las diferencias ideológicas.
Y sigue:
Sánchez
no soporta a Pablo Iglesias. Y Rivera no soporta a Sánchez. Cuesta trabajo
creer que prevalezcan las aversiones particulares a las responsabilidades
generales, pero la inmadurez de nuestra clase dirigente y la vehemencia
adolescente de los gallos que la habitan, amenazan la política de Estado, hasta
el extremo de frivolizar con las investiduras y la paciencia del electorado.
Y
continúa:
El
problema de Rivera no es el socialismo, es el antisanchismo. Cs y el PSOE estuvieron
a punto de gobernar juntos en 2016. Y van a hacerlo ahora en algunos
municipios, pero la distorsión de las relaciones humanas dificulta si quiera la
abstención en la investidura. Rivera prefiere que a Sánchez lo arropen los independentistas e Iglesias para
así reprochárselo. Y porque el líder naranja quiere convertirse en el líder de
la oposición. Semejante expectativa tendría más sentido si no fuera porque las
elecciones del 26-M han desenfocado el sorpasso y
porque el desenlace de los pactos con el PP demuestra que Rivera ha reforzado
el liderazgo de Casado cuando más amenazado parecía encontrarse el presidente
del PP.
Y dice
más:
La
paradoja añade presión al trance de la investidura: Rivera no puede permitirse
salvar la cabeza de Sánchez después de haber salvado la de Casado. El gesto de
la abstención o de la cooperación conviene a la estabilidad política pero
resultaría incongruente con el dogma del antisanchismo y con la demoscopia
naranja: Cs crece más contra Sánchez que cerca de Sánchez.
Y no
para:
Semejante
convicción prevalece sobre cualquier otra posibilidad. Rivera ha eludido
plantear a Sánchez unas condiciones exigentes o leoninas para sensibilizarse
con la abstención. No ha habido negociaciones. Ni siquiera para asegurar el
modelo territorial, fiscal o laboral. Es responsabilidad del presidente del
Gobierno ganarse las adhesiones, involucrar a los socios de investidura, pero
las enemistades personales y los guiños desesperantes de Sánchez al
nacionalismo predisponen un escenario de desencuentro que el presidente del
Gobierno aspira a transformar en coacción (con nuevas elecciones). Esta estrategia
implicaría organizar una investidura fallida y así forzar un adelanto electoral
que perjudicaría, eso creen, a los intereses de Ciudadanos y Podemos. Única
forma de encontrar en el fondo de las urnas la obligación -no cumplida- del consenso
parlamentario.
Dicho todo lo cual, qué más puedo
añadir yo?
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