miércoles, 26 de junio de 2019

1856 (X 26/6/19) La normalización de los penales

Hubo un tiempo en que mentar los penales, “antecedentes penales” lo llamaban, era mentar la bicha. Eran algo que te estigmatizaba. El motivo de su rechazo bien podía deberse a su implícita asociación a los pordioseros, indigentes, mindundis, macarras y drogatas que eran los que tradicionalmente habían sido los huéspedes de las cárceles, que de este modo devenían en antros de adiestramiento para la delincuencia menor.
    Se les perdió algo de respeto (a los “antecedentes penales”) cuando en la primera década del siglo XXI empezaron a exigirse en muchos trámites administrativos, entre ellos al firmar un contrato de trabajo, si no estoy mal informado. Ahora, unos siglos más tarde, no resulta fácil entender que un trámite tan normal pudiera poner el vello como escarpias solamente con mentarlo.
    La normalización de los penales para aceptarlos como un valor cultural se consiguió cuando las cárceles se llenaron ocupando un alto porcentaje de la población civil. A ello contribuyó también la idea progresista de reintegrar en la sociedad a los reclusos mediante instalaciones acogedoras y dotadas de los recursos necesarios para hacer agradable la vida de los presos y proveerles de los medios adecuados a fin de poder realizar su aspiración vocacional.
      Todo comenzó cuando, en lugar de ser las cárceles encierros de castigo para las clases sociales menos favorecidas, empezaron a llenarse de políticos corruptos y magnates mangantes que hasta entonces habían gozado de patente de corso para estafar a terceros, expoliarlos y/o disponer como propios de los fondos públicos. La afluencia de estos próceres fue tan masiva que hubo partido político que no pudo rellenar completa su lista de candidatos en las continuas elecciones. Con lo que no tuvieron más remedio que incluir a procesados, reos, confesos, y a los que ya habían cumplido su condena o gozaran de libertad condicional. Práctica esta, la de incluir en las listas electorales a próceres de la peor calaña, que ayudó, sin duda, a su normalización. (Cuando decimos “de la peor calaña” utilizamos valores y contextos hoy perfectamente asumidos como normales, pero rechazables la época de entonces.)
      En nuestros días podemos decir con orgullo que, aceptados los penales como un valor normal de nuestra sociedad, nadie se avergüenza de ellos pues forma parte de nuestra naturaleza tanto humana como social. Evaluamos los delitos económicos del mismo modo que lo hacemos, más o menos, con las multas, sean de tráfico o de aparcamiento.
       -Siete años, sí, siete, pero ya sabes. Con la redención de penas por el trabajo y demás exenciones se quedaron en tres años y un día.
       Y no es que valoremos estos lances como méritos pero sí como un gesto social de aceptación de nuestra realidad, superando la falsa hipocresía de nuestros abuelos.
     P/D: Una prueba de haber conseguido el difícil objetivo de la igualdad de géneros es que el número de hombres encarcelados se equipara prácticamente igual al número de mujeres que gozan de encierros carcelarios. (He dicho “gozan”?) 
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     V.V.: No sé a qué distancia situarlo. Vamos degradando los valores hasta aceptar la corrupción como algo tan normal como en la antigua Roma. Puede ocurrir. Está bien. En especial equiparar los géneros.
        J.J.: Yo tampoco he sabido situarlo en la distancia, quizás porque ya estemos entrando en ella.

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