Desde hace un millón
ochocientos mil años no paramos de viajar. En esas fechas viajamos por primera
vez a Eurasia desde Africa como homínidos evolucionados desde el Australopithecus. Llegamos antes a Australia que a Europa. América la invadimos por el estrecho de Bering y por el Pacífico sur. Y como Homo Sapiens repetimos ese mismo viaje a Europa hace 45.000 años, mil años
más o menos. Tanto viaje hizo posible la eficaz difusión cultural que
nos ha permitido desde siempre estar al día de las nuevas tecnologías, mitos y
valores, a nivel global. Somos territoriales, sí, pero mejor en territorios
ajenos que en los propios.
Las plantas no se mueven de su sitio. Los
animales salen poco de sus territorios (a no ser que los expulsen). Los humanos
tenemos necesidad de nuevas situaciones que podamos relatar. Os
imagináis la tensión a la que se vería sometido el viajero que no pudiera
contar sus nuevas sensaciones? Un viaje que no pueda ser contado ni es viaje ni
es ná.
Por qué nos fascinan y atraen tanto los
viajes? Porque nos provocan emociones que, además, contrastan con la rutina
amodorrante de la vivienda familiar. Por eso soportamos con deportividad las
incomodidades del equipaje, de alojamientos extraños, de la falta de utensilios
domésticos a los que estamos acostumbrados…, porque compensa, incluso pueden
formar parte de la aventura que queremos afrontar. Con el tiempo las
incomodidades pesan más que las nuevas (o pretendidas) emociones y decrecen
nuestras ganas de viajar.
Llegará un momento en que el cansancio
nos impedirá seguir disfrutando de tantas emociones y recordaremos nuestra casa
(la aburrida vivienda familiar) como el hogar, home sweet home, donde
podremos descansar. Así que deseamos viajar para escapar del aburrimiento
doméstico para luego desear volver a casa, al ambiente conocido, donde nada nos
pueda sobresaltar.
Cuál es mejor de los dos? Depende.
Depende de nuestro carácter. Y sobre todo de la edad. Pero en ningún caso son
incompatibles. Es más, se necesitan el uno al otro. No buscaríamos emociones nuevas si no nos
aburriéramos ni regresaríamos al “aburrido” hogar si no nos cansáramos de tanto viajar. 
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