sábado, 19 de enero de 2019

1699 (S 19/1/19) Macedonia

Dice la noticia: “El Parlamento de la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM) aprobó el pasado viernes 11/1/19 los cambios en la Constitución necesarios para que el país pase a llamarse República Macedonia del Norte, como acordó con Grecia el pasado junio para cerrar una disputa abierta durante más de un cuarto de siglo.”  Tsipras ha logrado la ratificación del acuerdo en el Parlamento griego, lo que no le resultó nada fácil, 151/146, pues el ministro de Defensa y socio suyo, líder de un partido pequeño, se oponía al acuerdo y llegó a amenazar con su renuncia, algo que ha cumplido. El referéndum consultivo realizado a finales de septiembre respaldó el cambio de nombre, con un 90% a favor pero su validez fue cuestionada por la oposición porque la abstención superó los dos tercios del electorado.
   Este paso adelante aparentemente retórico permitirá la reanudación de negociaciones para integrar a Macedonia en la UE.
       En un momento de crisis del europeísmo que parece no poder salir del pozo en que la han metido los neoliberales austéricos, Europa no reniega de seguir ampliando la integración de más países en su seno, sin que ello signifique una huida hacia adelante ni una falta de responsabilidad por no solucionar primero los conflictos internos: los da por supuestos. La pérdida de líbido europeísta no le impide sobrevivir reproduciéndose.
El cambio de nombre exigido por Grecia para que el Consejo europeo tramitara la integración de Macedonia en la UE, se debía a que Grecia quería dejar patente que su verdadera pertenencia era a Grecia y no a Yugoslavia. En efecto, macedonio era Filipo II, padre de Alejandro Magno que fue quien unió todas las ciudades-estado griegas de la Magna Grecia en la Confederación panhelénica que fue origen del estado actual. El panhelenismo puede sonar bien a nuestros oídos centralistas y unificadores pero en el caso de Grecia fue causa del desmoronamiento del país al perder su identidad los helenos que siempre se sintieron de su ciudad más que de una entidad superior que le desligaba de sus dioses, valores y costumbres locales.
       Quizás el caso griego y su proceso panhelénico pueda servir de ejemplo en la Europa actual que, si no quiere perder sus elementos integrantes y vaciarse de su rico contenido, tiene que proteger las diferencias culturales que la configuran.

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