martes, 15 de enero de 2019

1695 (M 15/1/19) Tahuantinsuyo

Tahuantinsuyo: los suyos (áreas administrativas, parcialidad, región) eran las cuatro grandes divisiones del Imperio incaico, en las cuales estaban agrupados sus diversos huamanis (provincias). Los cuatro suyos integrantes eran: Chinchaysuyo, al norte; Collasuyo el más grande, al sur, junto al lago Titicaca; Contisuyo, al suroeste del Cuzco, donde está hoy Arequipa, y Antisuyo, al este de Contisuyo, donde se encuentra el Machu Pichu y el río Urubamba, lugar donde abunda la producción de hojas de coca.
Representación de las cuatro divisiones del
Imperio incaico (o Tahuantinsuyu), que
partían  del Cuzco, la ciudad capital
con forma de puma
 
     La civilización inca (o quechua) duró hasta el año 1532 en que los españoles “conquistaron” el Perú. Cuzco (“ombligo del mundo”, como Delfos lo era en Grecia), que está declarado en la Constitución peruana como la capital histórica del país, y que estuvo habitada desde hace 3.000 años, era el principal foco cultural y el eje del culto religioso de los incas. La ciudad de Cuzco fue diseñada como la sede del poder y se encontraba ubicada en un punto central estratégico del imperio donde convergían los cuatro caminos que unían los suyos.      
     El gobierno de los incas se caracterizó por el ejercicio de un poder absoluto controlado por el Sapa Inca a través de una compleja red burocrática que alcanzaba a todos los súbditos, si bien las tradiciones de los grupos dominados se respetaron en el ámbito religioso, económico e incluso político. Se trataba de un Estado en el que se mezclaron, de forma original, instituciones y formas de gobierno "comunistas" con un régimen monárquico apoyado en principios teocráticos. El soberano del Tahuantinsuyu, cuya autoridad absoluta era acatada por sus súbditos con la reverencia debida al hijo del Sol, era prácticamente el dueño de todas las tierras del Imperio y de la fuerza de trabajo representada por la mayoritaria población campesina. La monarquía era hereditaria, aunque no forzosamente la sucesión tenía que recaer en el primogénito (el heredero era designado por el soberano, pero antes tenía que ser reconocido como tal por la nobleza cuzqueña), ni siquiera en uno de los hijos de la Coya, esposa del Sapa Inca, que a partir de Pachacuti fue una de sus propias hermanas.
     La institución del matrimonio adelfogámico del soberano con su hermana obedeció, tal vez, al afán de revitalizar el mítico origen de los hijos del Sol, como descendientes de la primitiva pareja de hermanos-esposos Manco Capac y Mama Ocllo, sacralizando así la estirpe conquistadora. Pero mucho me temo que los humanos no imitamos a los dioses sino que, al revés, los configuramos a nuestra imagen y semejanza. Lo que sin duda desvela es el origen matrilineal de las primitivas sociedades “maternales” en todo el mundo, como revela el matrimonio del faraón egipcio con sus hermanas para poder legitimar su corona.
        Lo que sigue es sólo apto para intuitivos y creativos. Analfabetos y académicos abstenerse. Algunos (o muchos) pueden considerarlo una provocación no apta para circunspectos y sensatos. Pero yo me lo creo:
La sorprendente e inevitable asociación de las pirámides incas, mayas y aztecas con las egipcias que se iniciaron en el segundo milenio a.d.n.e. nos permiten la osadía de entenderlo por la difusión cultural que hizo posible, por ejemplo, la extensión agro-pecuaria mesopotámica hacia el este y el oeste, a una velocidad de un kilómetro por año (del 6.000 al 3.000: 3.000 años para llegar hasta China a 3.000 km. y otros 3.000 para llegar a España, a 3.000 km. también), o sea, casi 3 mt./día, velocidad de difusión de las ideas que nos atrevemos a calificar de supersónica para los tiempos neolíticos que corrían. El bloqueo del estrecho de Bering impidió que llegaran a América los inventos mesopotámicos a partir de esa fecha, tales como la rueda, el hierro, el arco de medio punto…, etc. Corte demasiado brusco como para impedirnos especular con la hipótesis de la difusión cultural, por más que la distancia entre Babilonia y Cuzco fuera inmensa y los espacios intermedios estuvieran vacíos. No hacía falta ir corriendo con los planos de las pirámides egipcias bajo el brazo: por un lado debían tener clara la idea del enterramiento del cadáver-semilla en el vientre de la madre tierra cuyos huesos son las piedras, para que la tribu pudiera re-generarse, reproducirse, pura supervivencia, y por el otro bastaba con transmitir la información de las tribus del oeste a las contiguas por el este, al igual que en el fútbol no hay que correr con el balón por todo el campo sino más bien centrarlo a un compañero adelantado que remate la jugada. (Lo dije, puf!)
      Si los mayas, además de sus pirámides y rituales, nos asombran sobre todo por su calendario, en el caso de los incas resaltamos su ábaco para contar, el quipu. En ambas civilizaciones vemos su afán de medir, su devoción por los números (vide la entrada 1693 del 13/1/19, "La magia mística de los números"), puro Hermes: números y medidas.


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