jueves, 3 de enero de 2019

1683 (J 3/1/19) Voi ch’enttrate…

No, no se trata del letrero a la puerta del infierno de Dante, lasciate ogni speranza. En éste, que dará entrada a la Sala Boticelli degli Uffizi, se leerá:
Voi ch’entrate in paradiso de questa Sala
lasciate indreto ogni tristeza
MA, PER FAVORE,
NON DIMENTICARE IL COMPRESSE DE TROMBOLITICA, PREGO

recordando a los propensos a infartos de miocardio que no se olviden de sus anticoagulantes. Los que los necesiten y los hayan olvidado, pueden adquirirlos a la entrada de esta sala a precio de farmacia. Porque la Venus de Boticelli, señoras y señores, el nacimiento de la Venus de Boticelli es de infarto de miocardio.
         Y esto, por qué?
      La Sala Boticelli es una de las más visitadas de la Galería degli Uffizi del más visitado Museo de Florencia. Pues bien, el pasado día 15 de diciembre un turista italiano de 70 años sufrió un paro cardíaco mientras contemplaba El nacimiento de Venus y se desplomó. A su derecha quedaban las pinturas de La Primavera y La Adoración de los magos. Un grupo de médicos que también visitaba la exposición consiguió reanimarlo con los desfibriladores de la pinacoteca. Muchos pensaron en un posible caso de síndrome de Stendhal: una especie de empacho artístico por sobredosis de belleza.
    Florencia es la cuna del supuesto síndrome. Allí lo sintió el escritor francés Stendhal en 1817, cuando entró en la basílica de la Santa Cruz y se sintió abrumado por tanto esplendor. “Me dio un vuelco el corazón, caminaba temiendo caer”, escribió. Desde entonces, esas sensaciones, entre la patología y la sugestión, llevan su nombre y se han hecho un hueco en el imaginario popular, nos informa desde Roma Lorena Pacho. Y la doctora Jessica De Santis, que atendió al turista en la sala, añade: “Es un síndrome psicosomático que induce taquicardia o mareos frente a obras importantes como las de Botticelli.”
     Este caso es el más grave que han visto en el museo, pero no el único. El director relata que hace un par de años un joven sufrió un ataque epiléptico frente a la pintura de La primavera, también de Botticelli. “Nuestros asistentes de sala tienen formación en primeros auxilios y uno de ellos lo atendió”, explica. Y agrega que están prácticamente familiarizados con los desmayos de los visitantes. “Sucede frente a las obras de arte más grandes, más famosas”, puntualiza. El ejemplo más reciente se dio hace unos meses, durante la inauguración de la nueva sala dedicada a Caravaggio. Allí se desvaneció un hombre frente a La cabeza de Medusa, una de las obras más inquietantes del genio del barroco. “Es fácil teorizar que se pueda tratar de un síndrome de Stendhal”, señala.
    Aunque una sobredosis de belleza, como se ve, puede ser perjudicial para la salud, no cabe duda de que, en dosis adecuadas, el arte es una medicina. “Tiene una función terapéutica, curativa”, remarca. En efecto, el museo aprovecha ese poder reconstituyente con actividades especiales. Los lunes, día de cierre al público, organiza visitas para personas con enfermedades psicoemocionales o trastornos cognitivos. “Ahí vemos el gran efecto positivo para la salud”, apunta. En un estudio que se llevó a cabo en 2016 en el santuario barroco de Vicoforte, al norte de Italia, un equipo de científicos tomó muestras de saliva a más de cien visitantes antes de que entraran en el monumento. El profesor Enzo Grossi informó a La Repubblica que a la salida comprobaron que los niveles de cortisol, la llamada hormona del estrés, se habían reducido en un 60% en la mayoría de los participantes.
     Faltan datos estadísticos para poder darle cuerpo a este síndrome romántico pero no los echamos de menos. Y entre tanto démosle pábulo en honor del arte. Porque si non é vero, é ben trovato.

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