viernes, 11 de mayo de 2018

1591 (V 11/5/18) Somos indoeuropeos. Por difusión cultural.

Hay unanimidad entre los antropólogos sobre la importancia de la difusión de las culturas por contigüidad. Pero no la hay para su aplicación a casos concretos. Por ejemplo, los muy respetables Marvin Harris y Arnold Toynbee dicen creer que el desarrollo cultural del continente americano (agricultura, tecnologías…) es autóctono y no le debe nada a una influencia mesopotámica. Pero yo les pregunto: entonces por qué no tuvieron la rueda, el arco de medio punto, el hierro…, todos ellos inventados después del año 3000? No pudo ser que un deshielo en el estrecho de Bering impidiera en esas fechas el paso de personas y de ideas? Aplicando la navaja de Ockham eso explicaría todo fácilmente: mientras hubo comunicación con el continente americano no dejaron de llegarles de nuestro Oriente Medio hallazgos desde la agricultura hasta los rituales funerarios, sacrificios humanos incluidos, pero después del 3.000 se paralizó la importación de las ideas.
     La agricultura en el Medio Oriente en el año 6000 se expandió 3.000 km hasta China en el año 3000 y 3000 km hasta Iberia en la misma época, lo que da una difusión entre tribus vecinas de 1 km por año, que se me antoja en el neolítico una velocidad de vértigo comparable a la de internet en nuestros tiempos.
     La difusión cultural no tenía necesidad de agresiones invasivas. La colonización de las ideas se acepta con agrado cuando las tribus vecinas inventan algo, rituales por ejemplo, que resulta eficaz para todos. Prueba de ello es, por ejemplo, la expansión de nuestra cultura ibérica campaniforme hasta el Báltico y Austria sin haber dejado ningún rastro en el genoma de los “colonizados”, esto es, que exportamos nuestra idea sin necesidad de transportarla en personas físicas. Quizás fue tan aceptada por su origen ritual. Esta cultura calcolítica, que se difundió desde el año 4500 hasta la edad del hierro allá por el 2000, prestó más atención al cadáver que a la tumba, y al añadirle ajuares demostraba diferencias sociales antes de que la aristocracia se distinguiera por sus medallas y otros útiles metálicos guerreros.
      Muchos académicos hoy en día, casi todos, debaten sobre quiénes eran los indoeuropeos, cuál su cultura, de dónde venían, etc. Y lo les digo que se expandieron desde el Cáucaso, de Ucrania y Rusia, sí, pero gracias a la difusión de su cultura, manifiesta especialmente en tres novedades de eficacia incontestable: su calendario solar, su lengua y sus útiles de hierro.
       De la influencia del hierro y sus ventajas sobre el bronce, no hace falta hablar. Del calendario y la lengua sí conviene decir algo. 
       “Pueblos del mar” los llamaron en el 1200 en que llegaron hasta el Báltico y Egipto. Si la invasión del 2000 en Grecia fue de aqueos, en el 1200 fueron los dorios los que negociaron con los nativos la composición patriarcal del Olimpo con una falsa paridad de seis diosas de un total de doce dioses o la sustitución del calendario lunar local por el más eficaz calendario solar indoeuropeo. Para acoplar ambos calendarios, inventaron el año griego de 8 años solares que son los que se necesitaban para que el ciclo solar se acomodara al más imperfecto lunar de los pelasgos, eliminado el engorro del mes 13 lunar que completaba las 12 fases lunares para llegar a las 100 fases donde coincidirá con el nuevo calendario. Sospecho que viene de ahí la aversión al número 13. Y sé que viene de ahí el nombre de la Luna, Hécate, que es cien en griego. Dado lo incómodo del período de 8 años para el nuevo calendario, lo dividieron por mitad en dos fases de 4 años, cada uno de 50 lunaciones, que resultó ser por fin el año griego. Y así las Olimpiadas se celebraban cada cuatro años solares. Y así en la Ilíada y demás relatos mitológicos el abuso de acudir al referente número 50 lo utilizaban para datar lo acontecido en las fechas del nacimiento del nuevo calendario. Cuando Homero habla de los 50 hijos del rey de Troya, Príamo, no ensalza su masculinidad sino que sitúa la guerra de Troya en el año 1200, fecha en la que, en efecto, el terremoto destruyó la ciudad.
      La difusión de la lengua indoeuropea llegó hasta América, Africa y Oceanía. Las tres lenguas indoeuropeas más antiguas son el griego micénico, el hitita al sur de Turquía y el sánscrito del norte de la India. Hablamos la “misma” lengua indoeuropea desde el Atlántico hasta la India. Por ejemplo, la palabra/número “tres”. Tribu, τρία, three, tres, trois, drei, три, trzy, tre, troppo... Antes del asalto al número 4 teníamos tres números, el 1, la individualidad, el 2 que no eran dos unidades sino la unidad de dos (sigue el número dual en el griego, el alemán…) y el 3, que era todo lo demás, el colectivo, muchos, todos, abundancia… Y tres eran las Gracias, tres las Grises, tres las musas, tres las cabezas de dragones y del cancerbero, tres las estaciones…, tres la epifanía de Gea la Madre Tierra, como maga como madre y como doncella. Porque Gea se manifestaba tan distinta y abundante como lugares habían en que se la veneraba.
       Así que somos indoeuropeos, sí, pero no porque nos invadieran agresivamente sino porque los aceptamos por sus ideas (patriarcales por cierto, donde los astros y el firmamento eran importantes, cuya luz solar prevalecería sobre la noche de la diosa del Mediterráneo), por su cultura y sus ideas que traían junto con sus familias y carretas donde transportaban sus aperos domésticos y familiares.

       Somos indoeuropeos, sí. Por difusión cultural.

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