Desde tiempos inmemoriales, más allá de la
Grecia antigua, quizás del Antiguo Egipto, veníamos tomando una pastilla de analgepol para aliviarnos del dolor de
cabeza, y para muchas otras dolencias, a plena satisfacción. Por eso su consumo
era universal y pronunciábamos su nombre con una abreviatura familiar: gepol.
Me da un gepol? Aquí tiene su gepol. No hacía falta preguntar en la farmacia si
tenían gepoles, siempre los tenían.
Hasta que un día un laboratorio farmacéutico de la competencia dio con
la clave de su composición y lanzó un nuevo producto, la eficanina, que pronto se mostró tan eficaz, o casi, como el
analgepol. Como este nuevo producto gozaba de una cobertura financiera sin
igual, utilizó todos los medios de comunicación en una campaña permanente para
eliminar el analgepol del mercado farmacéutico, avisando de sus posibles efectos
nocivos y contraindicaciones, incluso el cáncer! con un éxito arrollador. En
menos de cinco años no se vendían más de cuatro pastillas (es un decir) del
analgepol para los cuatro melancólicos que se mantuvieron fieles a su píldora
de siempre. Y la eficanina ocupó su lugar universal para aliviarnos del dolor
de cabeza, y otras muchas dolencias, a plena satisfacción. Incluso llegó a
pronunciarse su nombre con una abreviatura familiar: la canina. Me da una canina?
Aquí tiene su canina. No hacía falta preguntar en la farmacia si tenían caninas,
siempre las tenían.
Lo que la gente no sabía era que el laboratorio del nuevo medicamento era
el mismo que el del producto anterior.
Cuestión de mercados. Puro mercado.
Cuestión de mercados. Puro mercado.
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