domingo, 15 de abril de 2018

1565 (D 15/4/18) Relato (de ficción?)

Desde tiempos inmemoriales, más allá de la Grecia antigua, quizás del Antiguo Egipto, veníamos tomando una pastilla de analgepol para aliviarnos del dolor de cabeza, y para muchas otras dolencias, a plena satisfacción. Por eso su consumo era universal y pronunciábamos su nombre con una abreviatura familiar: gepol. Me da un gepol? Aquí tiene su gepol. No hacía falta preguntar en la farmacia si tenían gepoles, siempre los tenían.
  Hasta que un día un laboratorio farmacéutico de la competencia dio con la clave de su composición y lanzó un nuevo producto, la eficanina, que pronto se mostró tan eficaz, o casi, como el analgepol. Como este nuevo producto gozaba de una cobertura financiera sin igual, utilizó todos los medios de comunicación en una campaña permanente para eliminar el analgepol del mercado farmacéutico, avisando de sus posibles efectos nocivos y contraindicaciones, incluso el cáncer! con un éxito arrollador. En menos de cinco años no se vendían más de cuatro pastillas (es un decir) del analgepol para los cuatro melancólicos que se mantuvieron fieles a su píldora de siempre. Y la eficanina ocupó su lugar universal para aliviarnos del dolor de cabeza, y otras muchas dolencias, a plena satisfacción. Incluso llegó a pronunciarse su nombre con una abreviatura familiar: la canina. Me da una canina? Aquí tiene su canina. No hacía falta preguntar en la farmacia si tenían caninas, siempre las tenían.
    Lo que la gente no sabía era que el laboratorio del nuevo medicamento era el mismo que el del producto anterior.
    Cuestión de mercados. Puro mercado.  

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