(Reproducción de la entrada 1193 del S
30/4/16, "Relatos cortos")
http://jotajota-jotajotaparalosamigos.blogspot.com.es/2016/04/1193-s-30416-relatos-cortos.htm
El Deseo
Siempre practicó el sexo con torpeza y con dificultad. Se acercaba
a él con pudor, de puntillas, sonrojándose, nervioso, como buscando la raíz de
sus raíces, la madriguera del útero materno donde perdía sus angustias y sus
miedos. Nunca contempló a Afrodita (el Deseo) sino envuelta en halos mágicos,
velos (cíngulos) semitransparentes, misterios insondables ante los que quedaba
perplejo, estupefacto, indefenso.
Con Maruchi todo cambió. Ella le
enseñó a hacer el amor con naturalidad, sin nervios ni complejos, sin
misterios, ni angustias, ni miedos, sin torpezas y sin dificultad.
Pero perdió el Deseo.
(Dicen que lo anda buscando debajo de la cama, detrás de las cortinas y
visillos, entre los libros...)
Café y media tostá
El anciano acudía todas las mañanas a
las 9, siempre a la misma hora, al bar de la esquina a tomar su café. Doble,
con leche y media tostada con aceite. El matrimonio le sonreían, “buenos días,
don Manué”, se lo preparaban y servían sin preguntarle nunca nada –él, el café,
y ella, la media tostada que le llevaban a la mesa- y bajaban la voz para
dejarle leer tranquilamente el periódico, chistando con el dedo en los labios a
los clientes de la barra para que no gritaran al hablar. Y así un día, y otro
día, y otro día...
Hasta que una mañana apareció del hijo de los dueños, ya casi veinte años,
mandando tras la barra, regañando a sus padres y sirviendo el café él, para
enseñarles cómo hay que hacer las cosas. Al llegar el momento de pagar, el
anciano preguntó con el gesto, como siempre: cuánto es?
-
1.50,
farfulló
el adolescente, y el viejo pagó y se dispuso a marchar.
- Ya sé que mi padre le cobraba 1.20, pero es que el café que le he
servido es un doble de café, gritó el chaval, reprochando en lugar de
disculparse.
Todos volvieron la cabeza, “¡vaya morro tiene el viejo!”, sugerían sus gestos
de incredulidad.
Desde entonces al anciano ni le saludan al llegar, ni se lo sirven
en la mesa, ni chistan a los demás para que dejen de gritar.
Otro café, quizá
en el mismo bar
Le
avisé que me había dado de más en la vuelta. “Gracias”, me dijo el camarero,
corrigiendo el cambio. El dueño estaba delante. Desde entonces el camarero no
quiere saber de mí y me ignora incluso cuando me sirve el café.
Huyendo hacia
delante (epitafio?)
Nací asustado, viví asustado, morí tranquilo.
El Fracaso
Siempre fue de perdedor. Tanto tiempo conviviendo con el Fiasco le había
permitido conocerlo a fondo y saber que, si se aprende a convivir con él, no es
tan terrible como dicen. Es más, puede resultar confortable: porque cuando fracasas
y te hundes hasta el fondo... ya no puedes caer más; porque cuando se está
hundido, ya no hay miedo a estar peor, no es posible estar peor, lo cual te
hace fuerte, invulnerable. Por eso siempre iba de perdedor, porque le había
cogido el gusto.
Y por eso cuando, alguna vez, el Éxito llamaba a su puerta, él se
escondía debajo de la cama.
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