Son ya reiteradas las veces que me he
pronunciado sobre este tema y para no repetirme en exceso me remito a la
entrada 1481 de 20/1/18 de este mismo blog por no remontarme a las ns. 1040 del
10/2/2015, 843 del 23/10/2013 o la 448 de 18/9/2012, en todas la cuales hemos insistido en que
la venganza y la justicia no sólo son distintas sino que se contraponen como
opuestas y contrarias. La justicia se implantó para limitar, luego superar y por
fin substituir a la venganza.
Insisto en que comprendo la cólera de la madre que ve a su hijo muerto y
desee para su asesino el peor de los castigos. Incluso entiendo que intente
razonar su indignación con el argumento de que ese canalla no pueda salir nunca
de la cárcel para evitar que repita su actuación con nuevas víctimas. Qué digo,
incluso que se le aplique la pena de muerte. Para que no pueda matar a más
víctimas inocentes.
Pero el legislador no se puede dejar arrastrar por esa misma ira cuando
redacta un código penal. No voy a repetirme sobre los argumentos que han
impuesto la idea de la reinserción social, como objetivo de su internamiento.
Pero una vez aceptados, prácticamente por la totalidad de los expertos de los
países civilizados, y condenada como lo está casi por unanimidad la pena de muerte,
la cadena perpetua, los trabajos forzados, etc., no es de recibo que a estas
alturas se replantee la cadena perpetua cualesquiera que sean los eufemismos,
como lo es el de “prisión perpetua revisable”, que quieran utilizarse.
Otra cosa es la consideración que nos merecen esas masas vociferantes que
reclaman venganza en nombre de la justicia, cuando realmente lo que demuestran es
su sed de linchamiento, sin importarles si el supuesto criminal es o no
culpable, porque sin saberlo lo que intentan es una catarsis colectiva mediante
su participación en el sacrificio de un chivo expiatorio que, aunque fuera
inocente, sólo por el hecho de ser víctima se sentirá y reconocerá como
culpable. Con cuyo juicio paralelo interfieren en la imparcialidad, serenidad e
independencia imprescindibles que necesita el juez penal.
Ana María Ovejero nos avisa que “sin la presunción de inocencia, que es
la piedra angular del sistema de enjuiciamiento criminal, quedaríamos al pairo
de quienes pueden ejercer sin control el castigo, la represalia o la venganza”. (Si queréis leer su texto completo click aquí.)
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