Se cita por primera vez en las Mocedades del Cid donde Guillén de
Castro cuenta que el conde Lozano, después de abofetear al anciano padre del Cid,
don Diego Laínez, se niega a pedirle disculpas.
Pertinacia en el error. El origen de esta máxima medieval se refería a
la espada que, una vez desenvainada, no podía volver a su funda sin haber
culminado la acción que se pretendía al desenvainarla. No es de Aznar, ni de
Franco (a quien, por atribuirle lo que fuera, se le llegaba a adjudicar la autoría
de la frase de Goethe “sin prisa pero sin pausa”), ni de Quevedo…, pero la
aplica Rajoy como nadie. Tanto es así que en su escudo heráldico podría figurar
como lema de su linaje.
Refugiado en sus silencios, Rajoy espera que sus adversarios acaben cediendo
en sus protestas aunque sólo sea por aburrimiento. Más aún, si pensaba hacer
algo que ahora sus adversarios le exigen que lo haga, seguro que echa marcha
atrás para no ceder él un ápice ni que lo aparente. No sólo va a su aire sino
que las protestas de sus enemigos políticos, o de la sociedad civil, le refuerzan
en sus trece hasta que los demás queden vencidos por el tedio, porque no sólo se
empecina en su actitud, por discutible o errónea que sea, sino que le gusta
manejar los adverbios cómo, cuándo, dónde…,
sobre todo los tiempos. Porque los tiempos son importantes en la política.
La toma de la calle por los jubilados humillados por la pretendida
subida de sus pensiones, una media de 2€ al año, que se han manifestado por
decenas de miles en 117 localidades, ha superado con creces lo esperado por sus
organizadores. Una pena que sus ingresos no les permita pagarse el autobús (han atascado el Metro y sus andenes!) desde su lugar de origen hasta Madrid para reunirse todos juntos a la puerta
del Congreso un día de pleno, y exigir la dimisión del presidente del Gobierno
y el gobierno al completo. Cualquiera en el lugar de Rajoy, en este momento, se
estaría cagando patas abajo ante la cercanía de las elecciones. Rajoy, no. O al
menos, no lo aparenta. Don Tancredo Rajoy se sienta despaciosamente a la puerta
de su casa para poder ver pasar los cadáveres de sus enemigos. Porque sabe además
que, en el caso de los jubilados, los tiene abducidos y seguirán votándole. Mal
que les pese a los propios pensionistas.
Pero imaginemos lo impensable, que en este caso, por miedo a que le retiren sus votos, Rajoy decidiera al menos incrementar las pensiones al nivel del IPC para que realmente no perdieran poder adquisitivo. En ese supuesto, de improbable cumplimiento, nuestro amigo el mendaz Caballero de las Máximas Falacias se las arreglaría para hacer creer que la iniciativa habría sido suya y que lo tenía ya escrito en su próximo programa electoral.
Pero imaginemos lo impensable, que en este caso, por miedo a que le retiren sus votos, Rajoy decidiera al menos incrementar las pensiones al nivel del IPC para que realmente no perdieran poder adquisitivo. En ese supuesto, de improbable cumplimiento, nuestro amigo el mendaz Caballero de las Máximas Falacias se las arreglaría para hacer creer que la iniciativa habría sido suya y que lo tenía ya escrito en su próximo programa electoral.
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