domingo, 4 de febrero de 2018

1496 (D 4/2/18) Las emociones pueden con las razones

     Sigue sin respuesta la pregunta que nos hemos hecho tantas veces en este mismo blog sobre la contradicción del votante del PP que niega serlo, o lo esconde, por un mínimo de vergüenza, dada la miseria y evidente corrupción mafiosa y total de su partido, pero luego al encerrarse en la cabina electoral no puede evitar votar por él. Hoy vamos a servirnos de un texto de Javier Salas, ¿Por qué no cambiamos de opinión aunque nos demuestren que estamos equivocados? para buscar una posible explicación a tamaño desatino.
     Ya lo habíamos intentado explicar por nuestra cuenta con la ayuda de Festinger y su hipótesis (en 1957, hoy ya paradigma) de la disonancia cognitiva, que nos enseña que una disociación entre el pensamiento y la conducta lleva necesariamente a comportarnos como pensamos o a pensar como actuamos, si no queremos que ese estrés llegue a causarnos graves trastornos. Pero esto dificulta la respuesta a la incoherencia de la conducta del votante del PP que da su confianza a un partido del que llega, con razón, a avergonzarse.
     Javier Salas trata de explicarlo como un tema de creencias. Un tema de fe. No se puede discutir racionalmente con un creyente que, cuanto más intentemos convencerle, más se pertrecha en sus creencias. Y que finalmente se despedirá del imposible debate prometiendo rezar por la salvación de nuestra alma y para que sus preces nos saquen del “error”. Porque aceptar, por ejemplo, que sus velas a los santos son una majadería podría echar por tierra toda una vida y aún más, su motivo de vivir.
    Los creyentes (o devotos del PP) se refugian en una estructura mental que es más emocional que racional y que rechaza cualquier dato, por evidente que sea, si va en contra, y puede hacer tambalear, todo su esquema. Es más, la evidencia de su error les refuerza en su opinión que defenderán como gato panza arriba. Quizás porque si aceptan la evidencia se les desploma toda su estructura mental, toda su vida, y pueden quedarse sin principios en los que sujetan su "razón" emocional. Porque sus creencias son emocionales y contra ellas no caben raciocinios. Y es que cuando leemos, u oímos, algo sólo lo aceptamos si nos confirma nuestro modo de “pensar”, rechazando visceralmente los que lo contradicen y nos inquietan.
      Olvidaos, pues, de razonar con ellos. Las razones les resbalan, por autodefensa. Y  por supervivencia.

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