Expuesto a vuestros gritos, “hala! sageraooo!”,
me aprieto los machos y cojo y lo digo: La segunda guerra mundial la ganó un
solo hombre, un titán, se llamaba Winston Churchill. Totalmente solo: le
rechazaba Roosevelt, su gobierno, su propio partido, su rey…, pero sabía que su
pueblo lo apoyaba.
El motivo de su aversión tan general era que él rechazaba la política del
anterior primer ministro Chamberlain quien, al igual que Petain hizo en
Francia, y en contra de la opinión de De Gaulle en el exilio, intentaba en vano
negociar una paz digna con los alemanes, con tal de salvar vidas en su patria
invadida. Y mientras negociaban, los tanques alemanes invadían Noruega,
Bélgica, Holanda… y hasta la misma Francia.
Yo conocía el relato de las barcas civiles, de pesca y deportivas que, a
pesar de las bombas alemanas que les caían encima en el estrecho de Calais, ayudaron
a los 300.000 soldados británicos a escapar de la playa de Dunkerque donde los
alemanes los tenían rodeados y cautivos en junio de 1940. Lo que no sabía es
que Churchill se había atrevido a dar una orden al Almirante de la Royal Navy, Bertram
Ramsay, para implicar a la sociedad civil en la operativa bélica. Menuda
autoridad moral tenía que tener Churchill para atreverse a esto! y para que los
particulares que acudieron a rescatar a sus paisanos reaccionaran como lo
hicieron, en masa, aunque hay voces que avisan de que esta versión raya en la leyenda.
Tampoco sabía que el signo de los dos dedos en V, en Gran Bretaña, si la
mano se muestra del revés, como lo hizo Churchill la primera vez, antes de que le
avisaran, no significa victoria sino “a tomar por el culo”!
Esto y bastante más lo podréis ver en la película El instante más oscuro del director Joe Wright en la que el
personaje de Churchill es interpretado por Gary Oldman. Espero que la
disfrutéis tanto como lo hice yo.
Varios meses después de la victoria, Churchill se presentó a las
elecciones en el Reino Unido… y no las ganó. Un inglés me lo explicó, con sólo
tres palabras: speaks too well(*).
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(*) La institución ateniense del ostracismo, del siglo IV adne., que se
llamaba así porque se votaba sobre ostrakoi,
piezas de arcilla, no condenaba al “elegido” al silencio sino al exilio por
cinco años. Lo curioso es que el elegido lo era por ser el más digno, o el más
famoso… Los genios pueden ser necesarios en momentos de crisis o situaciones
límite, pero en tiempos de paz pueden ser peligrosos. En realidad el ostracismo
griego se aplicó pocas veces.
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