martes, 23 de enero de 2018

1484 (M 23/1/18) La guerra de los sexos


Aviso: lo que sigue son ideas del autor no compartidas, incluso expresamente rechazadas en los medios académicos, por lo que haréis bien en cuidaros de aceptarlas, dada su falta de base "científica". No obstante, doy fe de su coherencia con los mitos griegos, lo que para mí es suficiente para exponerlas y debatirlas.
     No sé cuántas veces ya os habré contado que tengo escritos dos volúmenes con más de mil páginas, en castellano y en inglés, sobre las “comunidades maternales” en la prehistoria, que no espero ya que se publiquen y que produjo rechazo cuando estudiaba Antropología por preconizar el destacado papel de la mujer en las sociedades prehistóricas. Era esperable que ocurriera así porque en los cuadros académicos, como en el resto de la sociedad, impera todavía un machismo lamentable. Lo que no impidió que durante tres años consecutivos me publicaran heterodoxos ensayos sobre el tema en la Revista/Anuario de la UNED.
      Eludí el término de matriarcado por las connotaciones patriarcales a las que inevitablemente podríamos asociarlo, organizaciones políticas, competitividad, ejércitos, conquistas, lucha por el poder, abuso en su ejercicio, propiedad privada, parentesco, etc., utilizando el de “comunidades maternales” por ser esta condición fisiológica la que le dio a la mujer su rol preponderante en aquellas sociedades donde las decisiones eran consensuadas.
      Fue en el año 5000 adne. cuando construimos murallas para custodiar nuestros excedentes alimentarios, y con ellas los primeros ejércitos profesionales, y con ello el nuevo papel protagonista del varón caudillo protector en nuestra evolución político-social. Del año 5000 hasta hoy han pasado 7.000 que es un 3,5% del total del tiempo que llevamos existiendo como especie Sapiens Sapiens, a saber desde el año circa 150.000 (versus el 96,5% del tiempo de dominio “maternal”.)
   La toma del poder sociopolítico por el varón fue un largo proceso que no cuajó institucionalmente hasta el año 1.200 adne. en que los dorios indoeuropeos negociaron con los pelasgos nativos griegos el reparto de los dioses del Olimpo, 6 varones y 6 féminas, aunque éstas quedaron sometidas al Padre que fue Zeus.
   No es hasta con la República romana  (509-27 adne.) que descaradamente se declara a la mujer inferior, como un mueble, esclava a la que se puede matar, vender o desechar, sólo necesaria para la reproducción y mantenimiento del linaje. En la “tesis” de mi obra inédita propongo los años 60 del pasado siglo XX como fecha de nacimiento de la nueva Afrodita que, liberada del miedo al embarazo por la píldora anticonceptiva, enarbola la bandera de su emancipación sexual y con ella la social. Aunque ya esporádicamente habíamos tenido verdaderas heroínas que lucharon denodadamente por los derechos y la igualdad de la mujer.
     En ese lento proceso del año 5000 al 500 intuyo una guerra de sexos donde el varón tuvo que usurpar la función de la mujer en múltiples tareas, la substitución del calendario nocturno (lunar y por las constelaciones en tiempos “femeninos”) por el nuevo calendario solar, la adivinación, las hierbas medicinales, la magia, la organización político-social, llegando a funciones eminentemente masculinas como las guerras, las obras públicas (Mesopotamia, Egipto, donde por cierto el faraón sólo era tal como cónyuge consorte), la propiedad privada, el Estado, la redistribución de los tributos, o el parentesco patrilineal, superando el tradicional avunculado donde prevalecía la promiscuidad (sin padres reconocibles) y la protección del núcleo familiar por el tío materno, avúnculo. La “guerra entre sexos” debió ser tan brutal y marcó al varón de tal manera que su resolución lo fue mediante un ajuste de cuentas que aún perdura. Ajuste de cuentas donde asoma un pánico misógino a la evidente superioridad sexual de la mujer orgiástica, tal como puede verse en la tragedia clásica de Eurípides Las Bacantes.
     En la nueva sociedad donde interviene la mujer “está cambiando nuestra forma de mirarnos, de percibirnos y hasta de desearnos”, asegura Antonio Navalón. Cuando la mujer ocupe el lugar que le corresponde, cualquiera que éste sea pero nunca en inferioridad, más de un varón suspirará echando de menos los viejos tiempos, los actuales.

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