Aviso: lo que sigue son ideas del autor no compartidas, incluso expresamente rechazadas en los medios académicos, por lo que haréis bien en cuidaros de aceptarlas, dada su falta de base "científica". No obstante, doy fe de su coherencia con los mitos griegos, lo que para mí es suficiente para exponerlas y debatirlas.
No sé cuántas veces ya os habré contado que tengo escritos dos volúmenes
con más de mil páginas, en castellano y en inglés, sobre las “comunidades
maternales” en la prehistoria, que no espero ya que se publiquen y que produjo rechazo
cuando estudiaba Antropología por preconizar el destacado papel de la mujer en
las sociedades prehistóricas. Era esperable que ocurriera así porque en los
cuadros académicos, como en el resto de la sociedad, impera todavía un machismo
lamentable. Lo que no impidió que durante tres años consecutivos me publicaran heterodoxos
ensayos sobre el tema en la Revista/Anuario de la UNED.
Eludí el término de matriarcado por las connotaciones
patriarcales a las que inevitablemente podríamos asociarlo, organizaciones políticas,
competitividad, ejércitos, conquistas, lucha por el poder, abuso en su ejercicio, propiedad privada, parentesco, etc.,
utilizando el de “comunidades maternales” por ser esta condición fisiológica la
que le dio a la mujer su rol preponderante en aquellas sociedades donde las decisiones eran consensuadas.
Fue en el año 5000 adne. cuando construimos murallas para custodiar
nuestros excedentes alimentarios, y con ellas los primeros ejércitos profesionales,
y con ello el nuevo papel protagonista del varón caudillo protector en nuestra
evolución político-social. Del año 5000 hasta hoy han pasado 7.000 que es un
3,5% del total del tiempo que llevamos existiendo como especie Sapiens Sapiens,
a saber desde el año circa 150.000
(versus el 96,5% del tiempo de dominio “maternal”.)
La toma del poder sociopolítico por el varón fue un largo proceso que no
cuajó institucionalmente hasta el año 1.200 adne. en que los dorios
indoeuropeos negociaron con los pelasgos nativos griegos el reparto de los
dioses del Olimpo, 6 varones y 6 féminas, aunque éstas quedaron sometidas al
Padre que fue Zeus.
No es hasta con la República romana (509-27 adne.) que
descaradamente se declara a la mujer inferior, como un mueble, esclava a la que
se puede matar, vender o desechar, sólo necesaria para la reproducción y
mantenimiento del linaje. En la “tesis” de mi obra inédita propongo los años 60
del pasado siglo XX como fecha de nacimiento de la nueva Afrodita que, liberada
del miedo al embarazo por la píldora anticonceptiva, enarbola la bandera de su
emancipación sexual y con ella la social. Aunque ya esporádicamente habíamos
tenido verdaderas heroínas que lucharon denodadamente por los
derechos y la igualdad de la mujer.
En ese lento proceso del año 5000 al 500 intuyo una guerra de sexos donde
el varón tuvo que usurpar la función de la mujer en múltiples tareas, la substitución
del calendario nocturno (lunar y por las constelaciones en tiempos “femeninos”)
por el nuevo calendario solar, la adivinación, las hierbas medicinales, la
magia, la organización político-social, llegando a funciones eminentemente
masculinas como las guerras, las obras públicas (Mesopotamia, Egipto, donde por
cierto el faraón sólo era tal como cónyuge consorte), la propiedad privada, el
Estado, la redistribución de los tributos, o el parentesco patrilineal, superando
el tradicional avunculado donde prevalecía
la promiscuidad (sin padres reconocibles) y la protección del núcleo familiar
por el tío materno, avúnculo. La “guerra
entre sexos” debió ser tan brutal y marcó al varón de tal manera que su
resolución lo fue mediante un ajuste de cuentas que aún perdura. Ajuste de
cuentas donde asoma un pánico misógino a la evidente superioridad sexual de la
mujer orgiástica, tal como puede verse en la tragedia clásica de Eurípides Las Bacantes.
En la nueva sociedad donde interviene la mujer “está cambiando nuestra
forma de mirarnos, de percibirnos y hasta de desearnos”, asegura Antonio
Navalón. Cuando la mujer ocupe el lugar que le corresponde, cualquiera que éste
sea pero nunca en inferioridad, más de un varón suspirará echando de menos los
viejos tiempos, los actuales.
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