Caro, querido, caridad, cordialidad… tienen
la misma raíz que corazón. Se enriquece la razón con las emociones. Pero si
éstas prevalecen, tienden a ser irracionales.
Cuando le reprendí a un amigo que diera
una limosna a un mendigo porque de ese modo reforzaba la injusticia, me llamó
inhumano. Los indigentes pueden y deben ser atendidos por los servicios
públicos adecuados. La caridad, sin embargo, es la cara reversa de la
injusticia porque aquélla no existiría sin ésta. Hace falta un sistema económico social
injusto para que sea posible hacer caridad. La caridad se alimenta de la
miseria, y con las limosnas afianzamos una situación de injusticia que tenemos
que corregir radicalmente. Porque “una limosna no soluciona nada”. Aunque
practicándola puedas dormir mejor.
El anterior entrecomillado lo acabo de leer en
una entrevista a la directora del albergue municipal de Zaragoza. Además de que
no dando limosnas ayudaríamos a los más necesitados para que acudan a lugares
públicos donde podrían comunicarse con sus congéneres y salir de su aislamiento,
al menos temporalmente. Y no proliferarían al no obtener satisfacción con la
mendicidad.
Es más, cuando por caridad enviamos un
dinero indeterminado para una misión genérica en un país necesitado, ese dinero
es divisa que, antes de convertirse en moneda nacional de ese lugar, engrosará
las cajas del dictador de turno que con ellas podrá comprar armas para oprimir
aún más a los que queremos ayudar.
Si quieres auxiliar a un hambriento no le
des un pez, enséñale a pescar, dijo hace mucho tiempo un chino. Escuché a un
misionero gritar por la televisión, ayúdennos, sí, pero dinero no!, por favor,
no nos envíen dinero…!
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