Cuando
los teóricos hablan de democracia representativa
se refieren a unos representantes elegidos que deciden todo, o casi todo, en
nombre de sus electores. Cuando definen la democracia participativa ponen el énfasis en la necesidad de someter las decisiones de los
representantes al debate y aprobación por sus representados. La primera es la ortodoxa;
la segunda, asamblearia. La democracia participativa, asamblearia, puede ser
engorrosa por la necesidad de excesivas consultas, pero es la deseable aunque
no sea operativa: una vez más lo mejor sería enemigo de lo bueno. En cualquier
caso no son contradictorias, y solo se trata de poner el énfasis en la autonomía
de los representantes cara a sus electores, una vez que tales representantes fueron
elegidos, o por el contrario poner el énfasis en los militantes y electores,
siendo inviables cualquiera de los dos en estado puro.
La
idea de dejar a los representantes la toma de decisiones, salvo aquellas
extraordinarias que aconsejen consultar a las bases, quizás fuera bien intencionada.
Pero la realidad se muestra dura cuando nos muestra que con la partitocracia los
aparatos de los partidos han substituido a la democracia parlamentaria. Los
partidos se han petrificado y sus aparatos se han llegado a creer que ellos son
el ombligo, en el cual no dejan de mirarse. Los políticos elegidos como representantes de sus electores una vez instalados en los aparatos de las instituciones se olvidan de sus votantes y de la vida real para disfrutar de las prebendas del poder.
Este es el motivo por el que los indignados gritaban en las calles “¿Qué no!, no nos representan”, si bien se referían más concretamente a la caterva de corruptos que llena la política.
Un
ejemplo tan claro como fácil nos lo da la crisis actual del PSOE. Susana Díaz y
los barones imponen su criterio, incluso defenestrando al legítimo Secretario
General, rechazando la consulta a los militantes, y evidenciando así el divorcio
entre el aparato y los electores. He ahí
una ilustración de la pretendida democracia
representativa. Pedro Sánchez, por el otro lado, se aferra a su legitimidad por
haber sido elegido por las bases para el cargo y apela de nuevo a su consulta
participativa para dirimir la controversia con el apoyo de los militantes.
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