sábado, 28 de enero de 2017

1382 (S 28/1/17) La democracia representativa

Cuando los teóricos hablan de democracia representativa se refieren a unos representantes elegidos que deciden todo, o casi todo, en nombre de sus electores. Cuando definen la democracia participativa ponen el énfasis en  la necesidad de someter las decisiones de los representantes al debate y aprobación por sus representados. La primera es la ortodoxa; la segunda, asamblearia. La democracia participativa, asamblearia, puede ser engorrosa por la necesidad de excesivas consultas, pero es la deseable aunque no sea operativa: una vez más lo mejor sería enemigo de lo bueno. En cualquier caso no son contradictorias, y solo se trata de poner el énfasis en la autonomía de los representantes cara a sus electores, una vez que tales representantes fueron elegidos, o por el contrario poner el énfasis en los militantes y electores, siendo inviables cualquiera de los dos en estado puro.
    La idea de dejar a los representantes la toma de decisiones, salvo aquellas extraordinarias que aconsejen consultar a las bases, quizás fuera bien intencionada. Pero la realidad se muestra dura cuando nos muestra que con la partitocracia los aparatos de los partidos han substituido a la democracia parlamentaria. Los partidos se han petrificado y sus aparatos se han llegado a creer que ellos son el ombligo, en el cual no dejan de mirarse. Los políticos elegidos como representantes de sus electores una vez instalados en los aparatos de las instituciones se olvidan de sus votantes y de la vida real para disfrutar de las prebendas del poder.
      Este es el motivo por el que los indignados gritaban en las calles “¿Qué no!, no nos representan”, si bien se referían más concretamente a la caterva de corruptos que llena la política.

     Un ejemplo tan claro como fácil nos lo da la crisis actual del PSOE. Susana Díaz y los barones imponen su criterio, incluso defenestrando al legítimo Secretario General, rechazando la consulta a los militantes, y evidenciando así el divorcio entre el aparato y los electores. He ahí  una ilustración de la pretendida democracia representativa. Pedro Sánchez, por el otro lado, se aferra a su legitimidad por haber sido elegido por las bases para el cargo y apela de nuevo a su consulta participativa para dirimir la controversia con el apoyo de los militantes.

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