Yo
distinguiría las batallitas personales de las batallitas del abuelo. Las
primeras son la expresión de un afán por exhibirse uno mismo, sobre todo las
enfermedades, a falta de un cuerpo joven que se pueda admirar. Las batallitas
personales no interesan a nadie fuera del protagonista. Por el contrario las
batallitas del abuelo son las que cuentan historias que pueden fascinarnos,
sobre todo a los más pequeños.
Entre mayores, pero mayores ya mayorcitos, a veces ocurre que el que habla (todos, porque todos hablan al mismo
tiempo) no escucha a nadie por lo que nadie le escucha a él. Esa continuidad compulsiva
en el monólogo se debe tanto a la necesidad de no dejar hueco en el que los
demás puedan introducirse para interrumpirle como al hecho de que los demás
hacen lo mismo. Es sorprendente la habilidad que adquieren para iniciar una nueva
frase sin haber terminado la anterior, dándose pie en la última sílaba para saltar
como un muelle a la siguiente. También es de destacar el empecinamiento en
reiterarse sobre el asunto de que se trate, rehuyendo cambiar de tema no sea
que eso le distraiga o permita a los demás intervenir.
Los niños
hablan a gritos sin que nadie les escuche. Algo parecido ocurre con la tercera
edad, aunque entonces ya no griten tanto. Al final terminan todos hablando sin
que nadie preste a nadie la más mínima atención.
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