La democracia se caracteriza por la
representación política, la división de poderes y el pluralismo (gobierno por
la mayoría que debe proteger a las minorías) y se degrada por la partitocracia,
en tanto que los partidos gobernantes opten por secuestrar a las instituciones
impidiendo que puedan ejercer su labor de controlarse mutuamente. Los
nombramientos, por ejemplo, de los altos cargos de las instituciones por el
partido gobernante impiden que éstas puedan ejercer su labor con la debida independencia.
Con lo cual ponen a la sociedad a su servicio en lugar de ponerse ellos al servicio
de la sociedad.
Por otra parte, si los gobiernos son representantes de los ciudadanos y de éstos,
como masa multitudinaria que son, su media será mediocre, no podremos quejarnos
de que los gobiernos a su vez sean zafios y palurdos. Los griegos, inventores
de la democracia, expulsaban de su ciudad a los más sobresalientes aplicándoles
el ostracismo, llamado así por votarse su exilio en óstracos (tejas).
Cuando el héroe de la II Guerra Mundial, Winston Churchill, perdió las primeras
elecciones después de la victoria, los ingleses lo explicaban así: es que habla
demasiado bien.La democracia, pues, no tiene mucho que ver con la virtud, la discreción, la elegancia, la inteligencia o el buen gusto. "Los muchos", los votantes y los no votantes también (al delegar éstos en los anteriores su voz y su voto), se sienten identificados con sus gobiernos corruptos, tahúres, mendaces y descarados, siempre que alardeen de chuletas desvergonzados por impunes. De otro modo no se explica que los muchos se dejen gobernar por un zafio, tramposo, como Rajoy o un histérico, energúmeno, como Donald Trump.
La realidad nos decepciona porque nos sentimos engañados cuando
de pequeños nos enseñaron que debemos -porque podemos- ser virtuosos, galantes,
generosos, trabajadores, cultos y discretos. Y luego resulta que los que no son
así son justamente los que disfrutan del poder y de la gloria, además de los
dineros, mientras que los que aceptaron aquellas enseñanzas ahora no se comen
una rosca.
En España muchos de los votantes del PP se sienten avergonzados y no se
atreven a confesar a quién han elegido. Pero persisten en autofustigarse
votando de nuevo a los corruptos delincuentes, país de masocas.
Lo que queda por entender es por qué insisten los electores en
votar a quienes van a maltratarlos en lugar de protegerlos. Etienne de la Boétie intentó explicarlo como un proceso psicológico en
el que los votantes coronan a un bufón (recuerda a los Saturnales) por la
necesidad de transgredir la ortodoxia, el orden que nos regula, que nos contiene, que nos reprime. Es
lo que, por lo leído, denomina el "culto a la transgresión". Una especie de
catarsis que nos permite estallar y romper con los esquemas vigentes que nos
aprisionan.
El bufón coronado, explica (o intenta explicar) Antonio Valdecantos, se ve encumbrado y grande porque así lo ven los que lo eligen: “El súbdito experimenta fascinación por el gobernante indigno cuando lo entroniza”. Pero por qué? Es él, el súbdito humillado el que corona al que luego va a maltratarle de por vida. Que me aspen si entiendo algo.
El bufón coronado, explica (o intenta explicar) Antonio Valdecantos, se ve encumbrado y grande porque así lo ven los que lo eligen: “El súbdito experimenta fascinación por el gobernante indigno cuando lo entroniza”. Pero por qué? Es él, el súbdito humillado el que corona al que luego va a maltratarle de por vida. Que me aspen si entiendo algo.
Bueno, pues ¿sabéis cuándo escribió todo esto el tal Etienne de la
Boétie? Hace cinco siglos y medio! en el año 1550.
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