miércoles, 14 de septiembre de 2016

1255 (X 14/09/16) Las prisas

Pueden encerrarnos nuestro cuerpo (la cárcel, vga.) o nuestra mente (los dogmas, por decir alguno), pero también pueden limitar nuestro espacio y nuestro tiempo. A este último nos vamos a referir.
    Cuando dominan nuestro tiempo nos pueden manipular con facilidad. Un rasgo del hombre moderno es la prisa con que se nos estresa, por las demás personas o por las propias circunstancias y el entorno. Y ni siquiera nos da tiempo a percatarnos, apercibirnos, de que la prisa nos obliga a unos tiempos, un tempo, que no nos dejan ni pensar, no digamos ya a disfrutarlos. La prisa, pues, es un factor externo (aunque termine generándose en nosotros mismos por haberse hecho parte de nuestra naturaleza) que organiza nuestro tiempo y lo hace de un modo tiránico, agobiante.
     Otro modo de robarnos, violarnos, nuestro tiempo es hacernos esperar. En una antesala, un despacho, o en el banco de un parque por una cita impuntual. Parece lo contrario de lo anterior, pero no son incompatibles.
       Hemos "normalizado" la prisa con tal entusiasmo que alardeamos de ella como si su ausencia fuera un defecto, una carencia propia de vagos o personas sin motivos suficientes de vivir. Y así, hacemos deprisa todo por más que no haya nadie ni ninguna necesidad que nos apremie. Y creemos que agobiándonos damos la impresión de persona ocupada que queremos dar.
     Nuestra defensa, el que pueda, es gestionar el presente como si no viniera nada después, para poder disfrutarlo como todo presente se merece. Es el carpe diem de Horacio que todos proclamamos y pocos lo consiguen.
      Quería decir bastante más, pero os dejo…, es que vienen a buscarme (ni siquiera sé a dónde voy) y no paran de pitar con el claxon desde el coche… Para qué las prisas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario