domingo, 11 de septiembre de 2016

1252 (D 11/09/16) Una de arena

Pero bueno ¿qué hago? ¿Qué es esto de ofrecer una imagen idílica, tierna, afable, en mis últimos textos sin sacar el Satanás que llevo dentro? ¿No teníamos como motivo de este blog zarandear las mentes de los lectores para obligaros a pensar por vuestra cuenta?
Pues al tajo: no os habéis preguntado por qué las noticias compiten a ver cual es más cruel, más sanguinaria, más morbosa? Pues porque nos dan lo que deseamos ver. Un medio que informara sólo de noticias bondadosas no podría competir contra otro que publicara desgracias. Se arruinaría. Los medios publican lo que les demandamos. O sea, dicho a lo bruto, sin remilgos ni anestesias: lo que nos interesa son las desgracias ajenas.
    Y eso explica muchas cosas. Entre otras que nos partamos de risa cuando una vieja se pega una piña. O que abramos los ojos como platos cuando ajustician a alguien en público. O las lapidaciones… O que el PP siga ganando votos a pesar de que son delincuentes y mafiosos, que esto también va por ahí. Aplaudimos lo perverso! lo chulesco el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, que es lo que ocurre con el partido del gobierno. La maldad fascina (incluso una maldad de mierda como es la del PP).
   Suena horrible, lo sé. Pero esconderlo es hipócrita y sólo nos conduce al autoengaño, a la decepción y a dejarnos desarmados ante la realidad que se impone sin remilgos. Mientras que si lo aceptáramos, entenderíamos muchas cosas que dejarían de sorprendernos.
     Nos enseñan principios morales para ser buenos y reprimidos, para ser sumisos y no rebelarnos. Y qué ocurre después? Que nos frustramos, nos decepcionamos, nos deprimimos. Y algunos hasta se pegan un tiro. A quién se le ocurre haberse creído que el amor es eterno, que hay que ser generosos, que hay que respetar a los “superiores”? Deberían enseñarnos la verdad. Lo que somos. Carroñeros, depredadores, falaces, taimados… Peor, peor, no podría irnos.
      Y eso que me he limitado al tema de las desgracias ajenas. En realidad deberíamos repensar casi todo lo que hemos aprendido de pequeños. Pero eso es demasiado por ahora y mejor lo dejamos para otro día.
   Ya sé que me he pasado tres pueblos. Pero son las reglas del juego: provocarnos para tener criterios propios. Re-aprender todo lo que nos han enseñado. Hala, a rumiar. Ahí os quedáis con el veneno dentro.

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