sábado, 30 de abril de 2016

1193 (S 30/4/16) Relatos cortos

El Deseo
     Siempre practicó el sexo con torpeza y con dificultad. Se acercaba a él con pudor, de puntillas, sonrojándose, nervioso, como buscando la raíz de sus raíces, la madriguera del útero materno donde perdía sus angustias y sus miedos. Nunca contempló a Afrodita (el Deseo) sino envuelta en halos mágicos, velos (cíngulos) semitransparentes, misterios insondables ante los que quedaba perplejo, estupefacto, indefenso.
   Con Maruchi todo cambió. Ella le enseñó a hacer el amor con naturalidad, sin nervios ni complejos, sin misterios, ni angustias, ni miedos, sin torpezas y sin dificultad.
      Pero perdió el Deseo.
     (Dicen que lo anda buscando debajo de la cama, detrás de las cortinas y visillos, entre los libros...)

Café y media tostá
     El anciano acudía todas las mañanas a las 9, siempre a la misma hora, al bar de la esquina a tomar su café. Doble, con leche y media tostada con aceite. El matrimonio le sonreían, “buenos días, don Manué”, se lo preparaban y servían sin preguntarle nunca nada –él, el café, y ella, la media tostada que le llevaban a la mesa- y bajaban la voz para dejarle leer tranquilamente el periódico, chistando con el dedo en los labios a los clientes de la barra para que no gritaran al hablar. Y así un día, y otro día, y otro día...
     Hasta que una mañana apareció del hijo de los dueños, ya casi veinte años, mandando tras la barra, regañando a sus padres y sirviendo el café él, para enseñarles cómo hay que hacer las cosas. Al llegar el momento de pagar, el anciano preguntó con el gesto, como siempre: cuánto es?
     - 1.50,
farfulló el adolescente, y el viejo pagó y se dispuso a marchar.
   - Ya sé que mi padre le cobraba 1.20, pero es que el café que le he servido es un doble de café, gritó el chaval, reprochando en lugar de disculparse.
    Todos volvieron la cabeza, “¡vaya morro tiene el viejo!”, sugerían sus gestos de incredulidad.
     Desde entonces al anciano ni le saludan al llegar, ni se lo sirven en la mesa, ni chistan a los demás para que dejen de gritar.

                                         Otro café, quizá en el mismo bar
Le avisé que me había dado de más en la vuelta. “Gracias”, me dijo el camarero, corrigiendo el cambio. El dueño estaba delante. Desde entonces el camarero no quiere saber de mí y me ignora incluso cuando me sirve el café.

                                      Huyendo hacia delante (epitafio?)
                                  Nací asustado, viví asustado, morí tranquilo.

                                                    El Fracaso
     Siempre fue de perdedor. Tanto tiempo conviviendo con el Fiasco le había permitido conocerlo a fondo y saber que, si se aprende a convivir con él, no es tan terrible como dicen. Es más, puede resultar confortable: porque cuando fracasas y te hundes hasta el fondo... ya no puedes caer más; porque cuando se está hundido, ya no hay miedo a estar peor, no es posible estar peor, lo cual te hace fuerte, invulnerable. Por eso siempre iba de perdedor, porque le había cogido el gusto.
   Y por eso cuando, alguna vez, el Éxito llamaba a su puerta, él se escondía debajo de la cama.

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