El siguiente texto es mi réplica a un texto de Milagros Pérez Oliva sobre
los estudios universitarios "Demasiados filólogos, pocos ingenieros",
publicado en El País el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes:
El derecho a saber por un plato de
lentejas
Milagros Pérez Oliva se pronuncia sobre el
objetivo pragmático de la enseñanza universitaria al afirmar que hay que
invertir en ella de tal modo que se evite el “despilfarro de los recursos
públicos además de un fraude social del que los estudiantes son las primeras
víctimas”. Se refiere a los estudiantes frustrados si al acabar la carrera no
pueden encontrar trabajo.
Es un
punto de partida falso que los estudios universitarios son un fracaso si no
sirven para encontrar empleo. La decepción en estos casos sólo se debe al error
de haber considerado que el empleo es el objetivo de los estudios
universitarios. Pero la Administración, que puede y debe orientar su inversión
en la enseñanza de manera que favorezca el éxito en el tema laboral, no puede
imponerla. En coherencia, ello nos llevaría a una delimitación de la oferta
universitaria, y ésta a un numerus
clausus, sistema que selecciona a los hijos de quienes tienen más recursos
económicos y no a los más capacitados.
Los filólogos
corren el riesgo de no encontrar empleo, eso le ocurre a uno de cada tres,
mientras que los ingenieros lo consiguen en más del 90% de los casos. ¿Quiere
eso decir que enseñar filología es un despilfarro de recursos públicos además
de un fraude social del que los estudiantes son las primeras víctimas? ¿Hay que
gestionar los fondos públicos de manera que se optimice el objetivo de
encontrar empleo? ¿Debe la ley de Educación decantarse por el pragmatismo en la
enseñanza universitaria? ¿Se justifica por el hambre que Esaú vendiera a su
hermano Jacob su derecho de primogenitura por un plato de lentejas? Eso sería
como preferir un matrimonio acomodado de conveniencia a otro feliz pero pobre.
Los filólogos en todo
caso, como los filósofos, y en general los estudiantes de las tan denostadas
ciencias sociales, están más preparados para entender quiénes somos, de dónde
venimos e incluso hacia dónde vamos, lo cual no me parece que sea
decepcionante.
Estudiar lo que cada uno le apetezca es un derecho cuyo incumplimiento
se paga caro, con la curiosidad no satisfecha, con el reproche de la cobardía.
La Universidad no es un centro de formación con la mira puesta en encontrar
empleo sino en saciar la curiosidad del estudiante en el campo que éste
prefiera. Si luego encuentra trabajo o no, ése es otro problema, pero
cualquiera que sea el trabajo que realice disfrutará más de la vida si ha
adquirido más conocimientos. Aparte de que los estudios no son obstáculo para
encontrar empleo, por más que lo utilicen como excusa los que en cualquier caso
habrían rechazado nuestra solicitud de un puesto de trabajo.
Por otra parte, si se
trata de discutir sobre la oferta de enseñanzas universitarias en función de
que sirvan para encontrar empleo, Milagros Pérez Oliva tiene que reconocer que
“si tener un título universitario no garantiza encontrar un trabajo, menos lo
garantiza no tener estudios. Y las estadísticas son claras: entre los titulados
universitarios, la tasa de paro es muy inferior a la del resto”.
Pero con estos argumentos entraríamos al trapo sobre la
utilidad de los estudios universitarios. Y va a ser que no. No podemos vender
el derecho a saber por un plato de lentejas. Es nuestro derecho de
primogenitura.
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