miércoles, 9 de marzo de 2016

1169 (X 9/3/16) Economía feminista

Con motivo del encuentro "Por una Europa democrática" que se celebró en el Matadero de Madrid los días 19-21 del pasado mes de febrero (vide entrada 1161 del 3/2), ya entonces amenazamos con recomendaros alguna publicación de la economista feminista dra. Amaia Pérez Orozco que nos entusiasmó en la ponencia que dio y a la que con este motivo conocimos. Lo que sigue es una simple ojeada a su libro Subversión feminista de la economía (edit. “traficantes de sueños”, 2ª edic., octubre 2014).
   El texto, que se compone de una introducción, cinco capítulos y un epílogo, propugna la centralización del hogar en la economía desplazando del centro a los mercados (Economía, οικοΣ-νομία : regulación del hogar):.
    El conflicto marxista capital/trabajo se nos ha quedado chico: hoy preferimos identificarlo como conflicto entre capital acumulado y sostenibilidad de la vida. Una vida sostenible como objeto y naturaleza de la economía es más amplia que lo que entendemos por economía. Además de producir, consumir, etc., hay otras esferas que forman también parte de la economía por más que el capital, núcleo del sistema, las ignore y oprima para hacerlas invisibles, tales como por ejemplo los trabajos no remunerados sin los cuales el BBVA no podría existir, y menos aún disfrutar de sus privilegios. El protagonista privilegiado es un “Varón Blanco Burgués Adulto”. La parte visible del BBVA como iceberg sólo es posible apoyándose en el resto del cuerpo social y económico (el de la sostenibilidad de la vida) que tiene tanta o más envergadura que la parte superior que se ve. Esta parte sumergida sin la cual no podría sobrevivir el sistema está feminizada, no sólo por considerarse de menor rango sino porque además en gran parte lo producen las mujeres. La verdadera transformación del sistema consiste en desplazar estas esferas invisibilizadas desde la periferia en que están al centro que hoy ocupa el BBVA. Poner la sostenibilidad de la vida en el centro del sistema es, pues, una actuación feminista. Sólo así podremos superar el dualismo desigual de géneros. Sólo acabando con la división sexual del trabajo lograremos la igualdad entre los géneros.
      En el cap. I del libro se trata la sostenibilidad de la vida como verdadera naturaleza de la economía. El capital desplaza los afectos afuera de los mercados. Es hora de reconsiderar que los cuidados desplacen a los mercados del centro del sistema y que tengan que ser prestados como remunerados. Y que en lugar de prestarlos como hasta ahora principalmente por las mujeres, se realice por el Estado o gestiones comunales. Hay que poner el capital al servicio de la “vida” y no al revés como ocurre en nuestro tiempo. Pues actualmente son los sujetos invisibilizados los que asumen la responsabilidad de sostener la vida en un sistema que la ataca.
      El cap. II trata del conflicto de la sostenibilidad de la vida con la acumulación de capital: los mercados capitalistas, cuyo fin es generar para una minoría beneficios privados, se sitúa en el epicentro reconocido del sistema y pone la vida de una gran mayoría a su servicio. La economía real se ha supeditado a las finanzas. Y el modelo se basa en la desigualdad (estructural) y la reproduce. “Desarrollo sostenible” ha devenido en oxímoron (contradictio in terminis). Porque la acumulación es un proceso imparable e insaciable. La deuda se vuelve trampa cuando se hace impagable. La trampa es además estafa cuando se traspasa la obligación de responder a la deuda a un colectivo al que no le corresponde. Todo aquello que constituye vida termina siendo reducido a su faceta de input para el proceso de valorización. Hasta las mismas personas devienen en recursos humanos. Incluso el tiempo hemos tenido que ajustarlo a los horarios y las jornadas laborales. Hasta el espacio se ha subordinado al capital: como ejemplo ahí tenemos la prioridad y prepotencia de los vehículos arrinconando los espacios de ocio y esparcimiento en beneficio del tráfico rodado. Por otra parte, el Estado liberal (económico y político) va de la mano del Estado represor (cívico y social); más aún, a un mayor descontrol del mercado auto-regulado va unida una mayor represión, dadas las desigualdades que origina.
      En el cap. III vemos que la economía de rebusque, invisibilizada y de retales, privatizadas y feminizadas, son las estrategias de supervivencia que se desarrollan en los hogares, más acá del mercado. La responsabilidad privatizada, femenina, invisibilizada, hay que substituirla por una responsabilidad colectiva. La ética reaccionaria del cuidado prioriza el bienestar ajeno por encima del propio. La autosuficiencia masculinizada se apoya en una inmolación feminizada. El paro deprime al varón tanto como estimula la imaginación y actividad de la mujer para buscar ingresos alternativos. La ética del cuidado es también reaccionaria por apuntalar el injusto Estado del bienestar haciendo de colchón en el conflicto capital-vida. El trabajador champiñón es aquél que sólo importa en la medida en que se incorpora al proceso productivo. Se parte de la idea de que la gente brota por generación espontánea en el mercado dispuesta a trabajar y/o consumir. Pero estos recursos son personas (recursos humanos) cuyas vidas han de ser sostenidas en un plano más acá del mercado. PORQUE LA VIDA, EN UN SENTIDO MULTIDIMENSIONAL Y HOLÍSTICO, NO SE RESUELVE EN LOS MERCADOS: NO ES EL CONJUNTO SOCIAL EL QUE ESTÁ EN MANOS DE LAS EMPRESAS SINO TODO LO CONTRARIO, SON LAS EMPRESAS LAS QUE DEPENDEN DE QUE FUNCIONE ESA ESFERA “MÁS ACÁ DEL MERCADO”.
En el cap. IV se denuncia que la producción sin límites genera precariedad, incertidumbre, exclusión y desigualdades. Lo que se traduce en falta de derechos y crisis de reproducción social. Hablamos de reproducción social por contraposición a la producción sin límites que impone el capital. La crisis de reproducción social nos incita a apostar por el ecologismo y el decrecimiento. La frase de James Marks en 2009: “nuestro código postal puede tener más importancia que nuestro código genético” hace referencia al medio en que vivimos y que nos afecta tanto o más que nuestro ADN, sobre todo en materia de salud. En un marco ecológico, generar riquezas, sin ponerle límites, es algo que nos lleva indefectiblemente a la destrucción de la riqueza. Procede, pues, revisar el contenido de los conceptos producción, crisis, desarrollo, riqueza, bienestar, trabajo… Generar riqueza (monetaria) no reproduce vida sino que la ataca.
   En el cap. V se propone un decrecimiento ecofeminista: vivir “mejor con menos”. Si lo común tiene que constituir tanto nuestro punto de llegada como de salida, tenemos que reducir el consumo mercantil y controlar los recursos energéticos, al tiempo que hacemos pública la esfera de la economía invisibilizada y ampliamos, compartiéndolas, las actividades comunales y no remuneradas. Es estúpido estresarnos por ganar dinero sin dejarnos tiempo libre para disfrutarlo. El discurso de la teocracia mercantil según  el cual “todos somos culpables” le sirve al capital para la imposición de sacrificios a mayor gloria y beneficio de la minoría privilegiada. El “trabajo” es entendido como castigo divino (bíblico). Hemos de conjugar la acción del Estado con la auto-gestión, los servicios comunales y los servicios públicos con participación comunitaria. El elemento cohesionador debe ser la búsqueda de una responsabilidad colectiva.
     Esta publicación puede adquirirse en las librerías o Amazon, que yo sepa. Quienes prefieran leer un resumen de ocho folios, con todas las carencias que se pueden suponer, pueden clickar aquí.

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