Cuidaos muy mucho de crear expectativas sobre
vosotros, la decepción posterior está asegurada. Lo que peor llevaba mi amigo
Luis era el diagnóstico final: “que se te vio el plumero! Si el tiempo pone a
todos en su sitio…”
Digo esto por lo que le pasó a mi viejo amigo Luis. El se confesaba, y
con razón, de ser un inútil integral. Si sería torpe que una vez que quiso
clavar algo en la pared intentó hacerlo poniendo el clavo del revés, con la
cabeza hacia dentro y la punta hacia él. Al final encontró la solución: es que
esa puntilla no era para clavarla en esa pared sino en la de enfrente, adonde
en efecto miraba la punta del clavo.
No me preguntéis por qué, pero lo extraño era que la primera impresión
que daba siempre era la de una persona habilidosa, capaz, inteligente, etc.
etc. etc. Sobre todo cuando se concentraba reproduciendo del periódico alguna
partida de ajedrez. Que no se trataba de problemas, en absoluto, sino de una mera
reproducción de las partidas. Pero, amigos, eso le hizo pensar a su amigo
Fernando que Luis era todo un campeón en ese juego, de lo que por lo visto
informó a un tercer amigo, Alberto, con quien un día se presentó en casa de
nuestro personaje, mi amigo Luis, con un tablero de ajedrez y una caja de
fichas bajo el brazo.
-A ver ese campeón que tanto sabe de ajedrez, a ver el tiempo que tarda
en resolver este problema,
y sin más comenzó a colocar unas cuantas piezas sobre el tablero. Luis
no entendía nada. Y mucho menos que aquél desconocido se presentara con las
fichas y todo el aparejo, reloj incluido, como si él careciera de ellos. Sin tiempo para reaccionar se quedó mirando el tablero sin saber qué pieza
mover, pero un buen rato, hasta que el intruso Alberto increpó al común amigo
Fernando:
-Y éste es el que sabía tánto de ajedrez?!,
al tiempo que amenazaba con liarse a bofetadas con el pobre Luis que se
sintió así, muy pobre, muy pobre, y lo que es peor, sin saber a cuento de qué venía esto de que un desconocido quisiera correrle a gorrazos.
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