Ya no se lleva eso de izquierdas y derechas.
Los dos nuevos partidos emergentes, refrescantes y regeneracionistas hablan de transversalidad,
que aceptan a todos, vamos, lo mismo sean católicos que ateos, liberales que
socialdemócratas, cuantos más votos, mejor.
La transversalidad tiene dos caras: una, la de acoger en su seno a cualesquiera,
con tal de que les voten; la otra, que no es excluyente, lo cual no es
igual o derivada de la anterior, ni mucho menos. La no exclusión (“rechaza al pecado
pero no al pecador”, aunque lo del pecado –o ideología- sería preferible no
tocarlo, o sea, mejor callarlo, vga.: el tema del secesionismo catalán en la
cena familiar de Navidad), la no exclusión, decíamos, implica una tolerancia y comprensión del simpatizante
hasta extremos surrealistas. En esta actitud se puede ser ateo y adorar al
Papa, querer nacionalizar la banca y al mismo tiempo aceptar una economía liberal
de mercado (espero que al menos no sea auto-regulado), ser fiel a la pareja al
tiempo que se proclama el amor libre.
Ya lo dijo Groucho Marx: estos son mis principios, si no les gustan tengo otros.
Ya lo dijo Groucho Marx: estos son mis principios, si no les gustan tengo otros.
Su lenguaje está repleto de abreviaturas y de números y su medio natural
es el de las redes sociales y las telecomunicaciones.
Este tema, trazado a vuelapluma, merecerá nuevas glosas y comentarios,
pero todo se andará, que a todo alcanza.
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