Vivimos en un continuo desengaño. Porque
nos decepciona todos los días la realidad. Porque crecimos en el engaño. Y al
comprobar cada día que vivimos engañados, nos sentimos frustrados, como si la
culpa fuera de la realidad y no de nuestra ingenuidad de la que otros se
aprovecharon.
Ahora, en época electoral, los
políticos insisten descaradamente en la falacia de que nos quieren, muchíiisimo
(hasta besan a nuestros niños y se dejan manosear aunque a la vuelta de la esquina
se limpien con el pañuelo donde se les ha rozado), que sólo quieren nuestro
interés, y no el suyo, porque todo lo hacen en aras del interés general. La
mendacidad es tan zafia que ya no cuela ni entre los seguidores del que miente,
pero aún así hay que distinguir dos tipos: el de los que sólo buscan su propio
interés, incluso cuando va en contra del nuestro así como en contra del bien
común, o el de los que buscan su propio interés porque éste coincide con el
interés general. Un ejemplo: el político que quiere aplicar una política social
busca un interés general que coincide con el suyo propio, mientras que el que
expolia los fondos públicos (de todos) para enriquecerse él persigue su propio interés
a costa de empobrecer a los demás.
Cuidado, pues con los que presuman
de que sólo persiguen el interés general, y más cuidado cuanto más alto lo proclamen,
para compensar con los gritos su falta de credibilidad. En todo caso, nos han
dado motivos suficientes para sospechar que cualquier promesa es falsa cuando
afirman, al hacerla, que es sólo en nuestro interés en lo que piensan.
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